Estamos frente a un reto inimaginable: el mundo en cuarentena, países desarrollados quebrados, los ricos comprando empresas casi regaladas; las familias descubriendo a los padres, a las madres y a los hijos, después de años de estar compartiendo lecho y techo; unos vecinos ricos en desprendimiento y otros irresponsables… Se evidencia el personalismo que privilegia la cultura conciliar: una entrega sincera, mientras que el individualismo amenaza a la civilización del amor que nace de la teoría recta del ethos, siendo el ethos del personalismo, el altruismo que al entregarse a los demás mueve a las personas a entregarse a los otros, a encontrar gozo en ellos.
Pero, también brilla el individualismo que en nombre de la libertad “establece” su “verdad”: lo que le gusta o le es útil: no reconoce la realidad evidente, es egocéntrico y egoísta. Esto se evidencia en el hedonismo que absolutiza los placeres: querer tener en esta vida la mayor cantidad y calidad de placer posible.
Tristemente, esta verdad tiene a las mayorías dándose contra las paredes: con la desaparición de las familias antropológicamente lógicas. Mientras que los medios de comunicación dan cátedra en favor de un consumismo innecesario e irracional, pero muy atractivo. Al fin y al cabo la mentira atractiva lleva a los ignorantes a un suicidio moral: porque no hay peor mentira (y más peligrosa) que una verdad a medias, mas, cuando las víctimas son fruto de una “educación mediocre”: estéril. Y peor, aún más, cuando la educación escolar o universitaria, califica a los alumnos con el mismo rasero, desconociendo las diferentes habilidades, intereses, experiencias y dificultades de los alumnos, ignorando la neurociencia, imprescindible en la educación de hoy.
Es más, una educación centrada en la memoria -sin acudir a la curiosidad, el interés, la investigación, el diálogo, la imaginación, la creatividad, la lectura- es lo mismo que hablar de un círculo cuadrado.
La educación centrada en la persona parte del formador: con el “ser” de la persona. En el entendido que formar es dar forma: organizar los componentes estructurales en cuanto humano, en respuesta a su naturaleza: esto implica la “interioridad” de la persona: su estructura se debe a los fundamentos del propio ser. Según Agustín, “no quieras ir fuera de ti, vuelve a tu interior. En el interior de la persona habita la verdad”. La auténtica formación no es posible sin un intenso cultivo interior, sin una profunda espiritualidad. Porque la formación es ante todo un acontecimiento del espíritu. “Es hablar del “corazón” es hablar del núcleo fundamental de la persona, del nido de nuestros sentimientos, de nuestros afectos, es el principio del conocimiento interior, ya que en el anida el amor” (Remolina S. J. mi maestro). De igual manera la “sabiduría” no es saber, es gustar de la cosas internamente. Pero, también la “comunicación” entendida como dialogar entre amigos: es tener coloquios para llegar a consensos, privilegiando los “valores” que brillan el diálogo fundamental de la convivencia, del ejemplo y el testimonio: imprescindible en el formador y el maestro.