Oír somos Río | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Enero de 2022

Godula Bucholz tenía 19 años cuando emprendió su aventura por el río San Juan en el Chocó, en 1959. Un año atrás había conocido a la antropóloga Ann Osborn en la librería de su padre, en el centro de Bogotá, y juntas planearon el viaje. Desde Tadó navegaron río abajo hacia su desembocadura en el océano Pacífico. Pasaron por Istmina y por Bebedó hasta llegar a Noanamá, un corregimiento de Andagoya; desde allí visitaron a dos comunidades indígenas antes de continuar hacia Palestina y finalizar la travesía en el Bajo Calima, a 23 kilómetros de Buenaventura.

Hace poco leí el relato de su viaje y vi sus fotos; da cuenta del río, pardo-gris, de los pueblos palafíticos suspendidos sobre el agua, del oro que se lava entre la arena, de los cultivos, del trapiche, de los perros flacos, de la vida en el Tambo, de la destreza del boga y del silencio apacible en el trayecto. Habla de lo difícil que es la vida para negros e indígenas, pero también del ritual, de la fiesta, de la marimba, del bunde y el currulao.

En el libro que leí, las memorias de esta alemana están intercaladas con las de Velia Vidal, escritora Chocoana. En el año 2017 Velia recorrió el mismo trayecto, pero en sentido inverso, saliendo de Buenaventura y llegando a Tadó. Su relato habla del contraste entre la pujanza que navega en los buques internacionales y los asesinatos, los desplazamientos y la pobreza de Buenaventura; de las casas de pique donde torturan y amedrentan a los habitantes del puerto; de La Pasajera, la lancha rápida que recorre el San Juan, de los vallenatos a todo volumen y del lanchero que gana más por transportar dinero, encomiendas y pasajeros, de manera informal, que con la taquilla.

El cultivo de coca y el tráfico de cocaína, marcan una diferencia grande entre la vida difícil de antes y el infierno que se vive hoy. El relato de Velia da cuenta de millones de pesos en efectivo que van y vienen por el río diariamente; de la militarización de la zona y la soberbia de los soldados con la población civil; del control que ejercen el Eln, los paramilitares y las bandas criminales y de cómo prohíben tomar fotos e imponen una tensa calma, pues nadie se atreve a musitar palabra. Velia habla de la sangre que se lleva el río y de la devastación causada por la minería y la extracción de oro con mercurio, pero también dice que la gente, en medio de su desgracia, se aferra a la belleza y resiste.

El libro se titula Oír somos Río, el palíndromo hace alusión al viaje de ida y vuelta de estas dos mujeres. Termino de leerlo y la noticia del asesinato de Valeria Murillo, en el Medio San Juan, me golpea. La mataron en su casa, tenía 10 años y quería ser profesora de baile; para los suyos ya no hay belleza que sirva de refugio, solo queda el dolor.

@tatianaduplat