Así como la política es el arte del manejo del Estado, quienes a ello se dedican son los llamados políticos, cuya tarea primordial no es solamente la de interpretar debidamente a los ciudadanos de un país sino orientar. Los que así trabajan son los llamados dirigentes en quienes por su sabiduría la gente les deposita confianza y les delegan su representación para que dirijan y orienten. Nuestro país ha sido prolífico en dirigentes y políticos de esta naturaleza; en nuestro pasado reciente uno que se distinguió por su capacidad de dirigir y orientar fue Alberto Lleras Camargo. Cada una de sus intervenciones públicas despertaba manifestaciones de los colombianos que cuando lo oían se decían a sí mismos que era eso precisamente lo que pensaban, pero no sabían cómo expresarlo.
La tarea de los políticos no puede ser diferente a la de dirigir y orientar. Todos los que han logrado llegar a ser presidentes de Colombia dirigen y orientan al país cada cual a su manera, aunque no siempre logran la sintonía con la ciudadanía. La oposición a la manera de actuar de un gobierno es un ejercicio lícito y conveniente para que todo funcione mejor. De eso hemos sido testigos en los últimos años. Sin embargo un grupo que no es precisamente el más respetuoso de las normas que nos rigen, optaron por una oposición que permite que todos los medios para hacerla sean válidos, incluyendo la violencia, la lucha armada, los negocios fraudulentos, el secuestro, en fin vías que no aceptadas por nuestro ordenamiento judicial.
La ciudadanía, o el pueblo como dicen los demagogos de izquierda en ocasiones, se manifiestan y dicen a su manera cómo creen que las cosas pueden cambiarse y orientarse. En los últimos cincuenta años el país ha estado afligido por grupos de colombianos que no encontraron otro sistema de hacer oposición y hacerse a las palancas del Estado por la vía de las armas. Todos los gobiernos han hecho lo posible por entenderse con estos compatriotas rebeldes pero sin resultados optimistas, salvo ahora que el presidente Santos se puso la camiseta y la ha sudado. Lo que se creía ya un hecho resultó otra ilusión fallida hasta ahora. Tal vez con ánimo optimista se ensilló antes de traer las bestias. Así el país votó por primera vez en muchos años por una idea y se fracturó en dos: unos querían lo que se había discutido en La Habana y otros no. Sin importar quién tuvo la mayoría el país se fracturó en dos. Nada hará que nos odiemos unos a otros; todos queremos que haya paz. Por eso son las manifestaciones espontáneas en todas las capitales del país. Con lenguaje angustiado gritan por la paz. Los políticos deben ser intérpretes de la voluntad popular y ponerle atención a lo que está sucediendo en el país nacional. Oído a la caja señores políticos y dirigentes del país. Algo está pasando por la cabeza de los ciudadanos, de los jóvenes que son la promesa nacional.