La música está presente en todo lo creado. Tenemos una canción interna que, cuando la escuchamos, nos conecta con nosotros mismos y con los cielos.
El ritmo y la repetición, que también son matemáticos y geométricos, nos mantienen con vida: el latido del corazón, la expansión y la contracción de nuestros pulmones, los pasos que damos al caminar… En todo ello hay música: las melodías, las armonías y los silencios de la vida. En el vientre de nuestra madre nos arrullaba su ritmo cardíaco, que nos permitía experimentar una sensación de gozo profundo a medida que fuimos creciendo. A través de sus movimientos vitales y de los sonidos que producían, vivíamos la conexión entre nuestra música emergente y su música de mamá, en una sinfonía de Amor, que trascendió las emociones de nuestro entorno familiar. Ese Amor-Fuerza también es musical; es más, de él proviene toda música que escuchemos en estas dimensiones transitorias que habitamos.
En nuestra primera infancia fuimos arrullados también con música, diferente en cada cultura y siempre presente: canciones de cuna, con vientos, cuerdas, percusiones y/o voces que nos generaban calma y ayudaban a conciliar el sueño: el tarareo de mamá, papá y quienes nos cuidaron, con o sin bonita voz. Más allá de la apreciación sobre la calidad vocal, estaba la confianza basada en el amor. Y cuando por alguna razón no encontramos ese sostén afuera, nuestro llanto, también musical, nos sirvió de consuelo, pues en la música se revelan todos los estados de ánimo, al igual que las estaciones y las fases de la luna. Luego aprendimos a cantar, aunque aún no articuláramos bien las sílabas para conformar palabras. Nuestro propio canto quedó grabado en las profundidades de nuestro inconsciente y desde allí puede surgir para ayudarnos a sanar los dolores que sentimos a lo largo de nuestras vidas.
La música es sanadora. Cada persona puede encontrar cuáles son los sonidos que la calman y la ponen en conexión con el amor propio, de la misma manera que le pueden generar alegría y ganas de bailar. Podemos encontrar las estéticas que nos permitan la trascendencia, puesto que el alma tiene un conocimiento innato que es posible activar. También nos es dado cantar o interpretar algún instrumento, de manera que nuestra música interna se proyecte hacia afuera y hagamos resonancia con otros, con la naturaleza, con el Todo. En ello radica la importancia de la mantralización, de cantar los Salmos o de entonar los nombres divinos: el Kodoish Kodoish Kodoish Adonai Tsebayoth (Santo, santo, santo, Señor de las Huestes, en hebreo) es poderosa alabanza de gratitud y pedido de protección. Dejemos que la música vibre en nosotros en armonía con el Todo.
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