El cambio de liderazgo en los Estados Unidos tendrá repercusiones que desbordan la política interna de ese país. El anuncio expreso del regreso al multilateralismo y a una lógica de colaboración con los países aliados, sorprendidos durante cuatro años por actitudes hostiles e impredecibles, permitirá seguramente ir más allá del simple restablecimiento de las formas y avanzar en agendas comunes que habían quedado truncas o gravemente afectadas por la pérdida de confianza en uno de los socios principales.
Eso no significa por supuesto que los intereses nacionales dejarán de estar presentes, ni que una era idílica de fraternidad entre naciones se avecine, pero por lo menos debería significar que se renueve una cierta lógica de solidaridad internacional, hoy claramente debilitada por el nacionalismo a ultranza, que explica entre otras cosas la gestión esencialmente egoísta de la problemática generada en el mundo por el covid-19 y ahora, en particular, del tema de las vacunas necesarias para hacerle frente.
Las cuatro crisis que dice querer enfrentar el Presidente Biden, de salud, económica, racial, y climática, ligadas a grandes deudas que en esos campos tiene su país, implicarán cambios de agenda y de prioridades que repercutirán en las relaciones internacionales y, al final, en las políticas públicas de muchos de los países que abarca el espectro de influencia de la aún primera economía mundial.
Además del cambio de lógica en la manera de enfrentar la pandemia, reivindicando el papel de la ciencia, así como los imperativos de salud pública, es de esperar que se promuevan espacios de cooperación que sirvan para preparar a la humanidad para retos universales similares que muy previsiblemente vendrán en los próximos años.
Las políticas de reactivación económica anunciadas por la nueva administración orientadas a beneficiar al conjunto de la sociedad y no solo a algunos estamentos estratégicos, o privilegiados, según quiera mirarse, sería deseable que estimulen debates globales como los que el Papa Francisco ha planteado sobre los modelos económicos y el bien común.
La voluntad de reconocer un problema de racismo sistémico en la sociedad norteamericana y los evidentes mensajes en relación con la diversidad del país y el papel de la mujer que se desprenden de las nominaciones hasta ahora efectuadas, deberían contribuir a dar un nuevo énfasis al discurso de los derechos, de la igualdad de género y del respeto de las minorías, así como al reconocimiento de su importancia en el fortalecimiento de la democracia en todo el mundo.
El evidente compromiso con el medio ambiente y la apuesta por una paulatina transformación de los modelos de producción y consumo, deberían estimular compromisos internacionales razonables inspirados por ejemplo en los establecidos en el Acuerdo de París para salvaguardar el planeta frente al cambio climático.
En la relación con Colombia, más allá de los debates sobre las eventuales consecuencias de la actitud del gobierno y de sus aliados durante la reciente campaña electoral, no cabe duda de que los énfasis en la relación con los Estados Unidos tendrán variaciones, y que por ejemplo el apoyo a los esfuerzos de paz que algunas insensatas voces pretendían deteriorar, encontrará nuevas oportunidades y posibilidades nacidas del pragmatismo y del interés común bien entendido. Ojalá ello comporte una ampliación de prioridades y de objetivos comunes que desborden la monotemática y reiterativa agenda del combate al narcotráfico, que no por necesaria debe convertirse en la exclusiva base de la relación bilateral, la cual podría encontrar perfectamente en los cuatro ejes atrás enunciados escenarios privilegiados para diversificarse y enriquecerse.
@wzcsg