El uso de nuestro idioma, a pesar de que nos ufanamos los colombianos y en particular los bogotanos, de hacerlo muy bien, no parece ser siempre el más adecuado cuando se quiere decir algo; cometemos muchos errores utilizando palabras, vocablos y expresiones que no son precisamente las más aceptadas por nuestro idioma según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, publicación que debe ser de consulta diaria, particularmente para quienes nos hemos impuesto la grata labor de escribir periódicamente para ser leídos por personas cultas como Ud., amable lector, que ahora está al frente de estas frases que no pretenden nada diferente de hacer a los pacientes lectores partícipes de inquietudes y asuntos que se espera los encuentren de interés. Esta es una muy amable obligación de quienes nos hemos impuesto esta obligación que en algunos casos, en la mayoría, lo es para quien escribe.
Aficionado como soy a la disciplina del buen uso del idioma, ya sea en forma escrita y de oír a quienes saben más, me detengo a escuchar y a leer a quienes más conocen. En alguna ocasión a una muy distinguida persona del Brasil, obviamente parlante del portugués brasileño, pretendiendo hacer alarde de escasos conocimientos de nuestra lengua y de la manera como el mundo hispano parlante se preocupa por darle buen uso al castellano, que es la lengua de Castilla, que tiene como sinónimo de la lengua más hablada en el mundo, el español. Con una gran donosura este caballero brasileño sostuvo que nuestra independencia todavía tenía lastres, como era la gran dependencia que nos habían impuesto, que nos hemos impuesto en materia del castellano o español desde la madre patria; nuestra independencia no nos ha permitido tener nuestro propio idioma sino que su uso lo tenemos reglamentado a través del diccionario. El inglés, por ejemplo, es un idioma cuyas reglas son inspiradas por el uso; no existe entidad de vigilancia que dicte las normas. Ni siquiera la ortografía del inglés de ultramar es semejante a la de este lado del Atlántico. Son los grandes escritores y las personas doctas las que modelan su lengua, e imponen sus reglas y modismos.
Como en el ejercicio de la política, las costumbres del uso de los idiomas son flexibles y dinámicas. De ahí que con cierta propiedad se habla del idioma castellano de América para distinguirlo del de España. Aquí nos hemos olvidado de la diferente pronunciación de la c antes de las vocales e, i, y la de la z, así como la diferencia de la pronunciación de la g y la j y de la s y la z. Esas son las tolerancias que por estas coordenadas nos permitimos. El uso de las palabras ha conducido a diccionarios propios para cada país. Expresiones que son de uso común en unos, mal pueden decirse en país de esta nuestra América, sin llamar la atención. Asiduos cultores e investigadores de estas modalidades y características idiomáticas se han esforzado en elaborar diccionarios o manuales que son de obligatorio estudio para quien se desplaza de un país a otro, especialmente los diplomáticos, si no quieren expresarse incorrectamente.