Para la segunda vuelta presidencial quién no quisiera votar por un candidato con la sabiduría de José Mujica, con la cheveridad de Barack Obama, con la seriedad de Ángela Merkel, con la juventud de John F. Kennedy, con la esposa de Emmanuel Macron, con la pinta de Justin Trudeau y la autoridad moral de Nelson Mandela.
Frente a semejantes estándares, el dilema del elector colombiano, entre el ingeniero Hernández y el senador Petro, lleva a muchos a la desesperanza y a considerar votar en blanco.
¿Por qué en Colombia, se preguntan, no se dan esas envidiables especies presidenciales? Siempre es que estamos muy fregados con nuestras opciones cada cuatro años. Les parece que esos dos candidatos no son dignos de ellos ni de Colombia.
Se equivocan. Los dos candidatos de carne y hueso que tenemos son los que los propios colombianos, por razones a veces difíciles de entender, escogimos para jugar la final de este campeonato. El torneo se llama democracia y lo aceptamos como el menos malo de los procedimientos.
Al principio, hubo muchos más candidatos de diversas calidades y cualidades. En esa época, los colombianos estaban abrumados y fatigados por el número. Desechamos al resto y llegamos a estos dos. Eso ya es historia. Lo que está ante nosotros es una realidad aplastante: el nuevo presidente será el ingeniero o el senador. Ni Mandela, ni la Merkel, ni Obama.
La pregunta que se debe hacer cada colombiano mayor de 18 no es quién le gusta, si lo representa o lo inspira, como lo harían sus modelos platónicos. Sino quién de esas dos personas puede mantener unido a este país, darle un rumbo, señalarle una exigencia ética y ponerlo a trabajar. En contraste, quién estaría dispuesto a destruir casi todo para ensayar sus ideas a medio cocinar.
El elector no debe burlar su responsabilidad de escoger entre ellos dos, porque ninguno se parece a sus ideales. Debe tomar totalmente en serio la responsabilidad de mirarlos detenidamente, pensar a fondo sobre ellos, imaginar qué país heredarían dentro de cuatro años. O si tal vez alguno querría quedarse otros cuatro, o para siempre, acabando con la imperfecta democracia que tenemos; pero democracia, al fin y al cabo.
Con realismo y pragmatismo cada persona debe escoger. Tiene hasta el domingo 19 de junio a las 4 pm. Es su deber con el país, con sus hijos, con sus padres pensionados, o sin pensión, con los pobres, con los que viven lejos y la guerrilla le roba los hijos para cultivar coca, colgarles un fusil y ponerlos a caminar por las selvas.
No le ponga conejo a Colombia con el cuento del voto en blanco. Al respecto, la actitud de Sergio Fajardo no es un ejemplo de asepsia, sino de irresponsabilidad. Al igual que el: “mejor no voto”. No votar o votar en blanco, es optar por la peor alternativa, la más lejana a su inclinación. Equivale a escoger al que menos le gusta.
Póngase las pilas, apriétese la falda o el cinturón y vaya ese domingo al puesto de votación y escoja entre uno de los dos.
Dentro de cuatro años, en 2026, cuando haya 20 candidatos, uno o varios de los cuales realmente le gustan, no haga cómo esta vez, que se quedó esperando a que lo cortejaran. Salga y haga campaña por la candidata o el candidato de sus preferencias. De otra manera, le tocará, cómo está vez, quedarse suspirando por el Mujica o el Kennedy colombiano, y denigrando de las verdaderas opciones que el pueblo, su pueblo escogió. Recuerde: La voz del pueblo es la voz de Dios. Mi consejo: el ingeniero.