Respecto a los acuerdos con las Farc ocurrió, en parte, lo que era de esperar: las objeciones de los del No, en lo substancial, no fueron acogidas. No podía esperarse lo contrario cuando los que iban a “negociar” posibles modificaciones eran las mismas personas que habían acordado el primer acuerdo, los mismos que decían que este acuerdo, el que firmaron con bombos y platillos dos veces. Sirvieron de simple mensajeros, sin ninguna determinación para obtener modificaciones importantes. Le hicieron alteraciones obvias y, sin éxito, trataron de dividir a los del No. Muchos esperaban que el nuevo documento tuviera, al menos, un segundo debate con la oposición, que se consideraran sus objeciones y éstas, a su vez, se defendieran en La Habana.
A sabiendas de que el acuerdo maquillado sería nuevamente rechazado por al menos la mitad de los colombianos, Gobierno y Farc no quisieron correr riesgos. El Presidente lo anunció por TV, el sábado 12 en la noche, mientras en Cuba lo firmaban los negociadores, asegurando que se habían aceptado las objeciones del No, excepto una, y que el acuerdo no quedaba incluido en el bloque de constitucionalidad (entiéndase en la Constitución), lo que se negaron a precisar expresamente, ¿Por qué? De la lectura del nuevo documento, quedó demostrado que puede interpretarse que sí quedó. Le hicieron algunos cambios el domingo a petición de las Farc y lo dieron a conocer, en 310 páginas, el lunes 14 (feriado).
El Gobierno notificó al país desde el principio que este “nuevo acuerdo final” no admitía modificaciones, que se limitarían a explicarlo ante la oposición, que no se podía perder tiempo y había que comenzar la implementación cuanto antes. No sólo no se quería dar tiempo para analizar el nuevo documento, sino que, contrario a lo que Santos había prometido pasar por alto la refrendación popular (como quedó consagrado en el artículo 5 del A. L. No. 1 de 2016: “El presente Acto Legislativo rige a partir de la refrendación popular del Acuerdo Final….”).
Es una imposición de Gobierno y Farc al pueblo colombiano, con argumentos terroristas (terrorismo es hacer o amenazar con actos de violencia que infundan terror en la población) como los de Humberto de la Calle: “cualquier chispa puede desatar una avalancha de violencia que puede echar esto para atrás. No podemos desestimar el riesgo ni la capacidad hipotética de daño de las Farc si regresamos a la guerra”.
Parece que por el afán de imponer un acuerdo con una banda de guerrilleros (5.675 hombres dijeron las Farc que tenían) antes de la entrega de los Nobel en Oslo el 10 de diciembre, han dividido al país en forma peligrosa y como hacía muchos lustros no ocurría. Pobre Colombia.