Niño Dios:
Imagino que el tuyo debe ser el buzón más lleno de éste y de todos los mundos, pero igual quiero escribirte.
Como a todos los bebés del planeta, te agradezco mucho que hayas nacido. Se necesitan altas de dosis de valor para atreverse a llegar -con un cuerpito que no mide más de medio metro- a la Tierra de la complejidad. Nacer es la cosa más difícil y maravillosa, y no sé tú, pero nosotros no venimos preparados; desde el día cero, lo único cierto es que estamos endosados a una cadena de asombros que incluye caricias y destierros, descubrimientos y ausencias, agravios y perdones que nos van llenando el corazón y nos curten el alma y la piel, hasta llegar a ser lo que somos.
Aun cuando la ternura y las memorias de infancia nos hacen verte como un bebé en una cuna de paja, sabemos que has vivido por los siglos de los siglos, y que desde siempre has estado hablándonos de solidaridad, y de la responsabilidad que deberíamos tener sobre la vida de los demás. Pero habrás visto que demasiadas veces andamos con nuestra pequeñez a cuestas, con el propio mundo tan lleno de colores o tan en blanco y negro como cada quien decida pintarlo, o como la fortuna o el infortunio le den su brochazo.
Te agradezco que en tanto tiempo pedaleando para hacernos mejores personas, no hayas desistido; siempre te las arreglas para mandarnos un Ubuntu, un Papa Francisco, un Gandhi, mil toneladas de resiliencia, y de vez en cuando un velero, un acuerdo o una cometa, con herramientas de reconciliación. Por favor no desistas; somos tan imperfectos como el barro y tan luminosos como las estrellas. Ni tu trabajo ni el nuestro son fáciles y para eso estamos vivos.
Nunca he entendido por qué celebramos tu cumpleaños, pidiéndote cosas; debería ser al revés. Pero después de tantos trineos circulando por el firmamento, tantos iglús convertidos en jugueterías, y tantas barbas largas y blancas dibujadas sobre trajes rojos, ya se creó una tradición de alegría, campanas y tamborileros, que cada diciembre nos regala pedacitos de felicidad, envueltos en papeles de colores. Y estamos juntos, y nos miramos con generosidad y cariño, y uno pensaría que diciembre debería durar toda la vida.
Muchas veces nos despistamos, así es que por fa’ ayúdanos a encontrarte no en el Cielo intangible del que hablan los libros, sino en el corazón del inmigrante, del que vuelve de la guerra, del que va para la paz; del que teniendo hambre comparte su pedazo de pan; ayúdanos a reconocerte en cualquier esquina del mundo, en la que alguien firme su pequeño y personal acuerdo de perdón; en cada segundero que señale lo que alguien hizo para evitar el naufragio de un barco o de un amor, para rescatar a un niño de los dominios de la violencia, acercarnos con paciencia a los solitarios y con justicia a los olvidados.
Feliz cumpleaños, Niño Dios. Gracias por todo. Ojalá algún día, humilde como eres, puedas sentirte orgulloso de nosotros.
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