MOSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Mayo de 2013

Una santa muy nuestra (II)

 

Realizada  su primera misión entre indígenas, (1909), en Guapá (Chocó), oyendo muchas solicitudes, retornó Laura a tareas de docencia, reabriendo el Colegio, puesta en manos de Dios mientras llegaba la hora de nuevas realizaciones, en medio de  serias dificultades, con fe plena en el  Señor. Profundos pensamientos la animaron para no dejarse vencer por los problemas y por la tendencia a la medianía. Frente a ello, confiesa Laura, que se decía: “NO debo hacer solo lo que buenamente puede agradar a Dios, sino empeñarme en realizaciones con dimensión de hazañas especiales”.

Con ideales claros, y sintiendo gran fuerza espiritual, piensa, Laura, que debe lanzarse hacia algo grande en favor de los más necesitados, como son los indígenas. La Providencia le va dando apoyos como el de Mons. Maximiliano Crespo, Obispo de Santa Fe de Antioquia, así como la comprensión y entusiasmo de las compañeras conquistadas para ese ideal, que comparten y la acompañan en las  nuevas incursiones. Emociona, de verdad, rememorar la madrugada de 1911 en la que recorrió las calles de Medellín, el grupo de misioneras, con sus pavas  y ponchos, animadas por Laura Montoya, apenas una laica carismática, que, con el apoyo de su acogedor Párroco se encaminaban hacia la población de Dabeiba, en el Urabá antioqueño. Las animaba el quijotesco propósito de consagrase al servicio de los indígenas, con votos privados de castidad, pobreza y obediencia. Sería un primer viaje, a pie, de 10 días. No sabían ellas mismas hacia qué horizontes tan amplios las llevaba el Señor.

En la forma descrita se daban los primeros pasos hacia lo que culminaría en 1914 (14-05) en iniciar una Comunidad Religiosa que vendría a llamarse Misionera de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena. Allí en la  oración, fortalecidas por la Eucaristía y la devoción a la Virgen, y dedicadas  al servicio a los más débiles,  se forjarían  centenares de almas selectas. Allí, sobre el terreno, fue esa alma generosa de Laura Montoya escribiendo las reglas para la naciente Comunidad, a cuya fundación el mismo Jesús la iría llevando, no sin serias dificultades, aun con directivos  de la Iglesia que no dimensionaban los propósitos de esa aventura santa. Con firme, pero respetuosa discusión con ellos, y con el mismo Nuncio del Papa, avanzaba, en los caminos que Dios le señalaba, pero siempre, como los verdaderos santos, dentro de la obediencia lista a perder los personales propósitos sí definitivamente lo exigieran los superiores jerárquicos. “Para salvar las almas es preciso ser un pozo de caridad y un milagro de paciencia”, fue una de sus convicciones vividas con las que orientaba a sus compañeras y a las religiosas de su Comunidad.

Con el correr de los años, esa institución, bendecida por Dios, ha llegado a tener más de un millar de religiosas, hacer presencia en 24 países, y tener 143 casas. Hoy va a los altares su Fundadora, no simplemente por ese éxito sino por su auténtica santidad, que es el secreto de un triunfo duradero. Sobre esa real santidad ha dicho, muy bien, una de sus hijas espirituales: “Era dueña de una fe en Cristo, a prueba de todo, le entregó  su vida a los mas explotados y despreciados de la época, los indígenas; fue mística y escritora, fundadora de una comunidad de misioneras que hoy ayuda a los más pobres y marginados de muchos países”. Este es el motivo central de su canonización que con gozo  hace el Papa Francisco, lanzado él, también, a servir a los pobres y humildes.

Murió la Madre Laura en Medellín, (21-10-49), después de dura y prolongada enfermedad aceptada en edificante actitud cristiana. El  25-04-04 fue beatificada por Juan Pablo II, y este 12-05-13 es colocada entre los santos como la primera persona nacida en Colombia que llega a ese puesto de inmenso honor.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional