La luz de la fe
“¡No maldigas las tinieblas, enciende una luz!”, es sapiente recomendación para cada momento de oscuridad en medio del caminar de la existencia. Máxima necedad de los humanos señala S. Juan, en el magnifico Prólogo de su Evangelio, cuando presenta a su Maestro como “luz que brilla en las tinieblas”, pero, “los suyos no la recibieron”. Esa lamentable actitud se sigue repitiendo a través de los siglos, pero, felizmente, hay millares que sí la reciben, y, a éstos, dice el evangelista, “les dio poder para hacerse hijos de Dios” (Jn. 1,11-12).
Presentar esa luz a la humanidad de hoy, y como un deber de conciencia, lo han sentido en unidad de mente y corazón los papas Francisco y Benedicto al entregarnos el precioso regalo de la Encíclica Luz de la Fe (29-06-13).Proclamar la palabra, de Dios como pedía S. Pablo a Timoteo, es exigencia que sienten los discípulos de Jesucristo, máxime si tienen la responsabilidad de ser vicarios para todo el orbe, y es esto cuanto han hecho los egregios pontífices con la reciente Encíclica.
Yendo al contenido de ese gran documento pontificio es de destacar cómo el inicio deja por sentado que la fe el “gran don de Dios, traído por Jesucristo”. Es, entonces, un regalo gratuito de Dios al creyente, que hay qué agradecer y cultivar, pedirle a Él lo acreciente (Mc. 9,23), y solicitarle lo dé a nuestros amigos y a la humanidad entera para su felicidad y bien. La Iglesia ha recibido esa misión de difundir ese precioso don, que viene de Dios, esa alegría de creer, y, por ello, “no puede retener para sí este don” (n.39).
Fundamental desde el inicio de la predicación de Jesucristo es su mensaje de amor y compromiso con el prójimo, verdadera “Teología de la liberación” difundida insistentemente por papas como Paulo VI y Juan Pablo II, germen de un mensaje social vivo que no necesita limosnas del marxismo, como pretendieron corifeos de ella en nuestro continente. Ese es tema en el que se insiste en esta nueva Encíclica con hermosos párrafos, bajo el título“Hemos creído en el amor” (n.n. 8-22), inspirado en expresión de S. Juan, (I. Jn. 4,16). Por ello, y después de presentar en este gran documento lo que es la fe, con tanta precisión definida en la Epístola a los Hebreos, (Cap. II) como adhesión a unas verdades bajo la “garantía” de Dios, que nos las ha revelado, se pide pasar al compromiso y obras, inspiradas en ella como exige el apóstol Santiago (Sant. 2,17).
Culminación magnifica de esta nueva Encíclicasu Capitulo IV, titulado “Dios prepara un ciudad para ellos”, inspirado en la expresión de la Epístola a los Hebreos: “Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, (por los creyentes) pues les tenía preparada una ciudad” (11,16). Es bajo esa constatación como se aterriza al ponerla fe: “como elemento del bien común” (n.50), al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz (n.51), con aportes para sustentar esa columna básica de la sociedad como es la familia (n.55). “La fe, (dice la Encíclica) es luz para la vida de la sociedad” (n.54), no “oscurantismo” como los refractarios a ella quieren calificarla que unida a la caridad “proyecta hacia el futuro” (n.54). Preciosa la anotación de que “la fe, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar la naturaleza”, y nos hace “reconocer en ella una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla” (n.55).
Lo anterior es elocuente base para el tema de la relación entre fe, amor y verdad (n. 23-29), y, directamente sobre “dialogo entre fe y razón”, hasta llegar a afirmar algo confortante que “la mirada de la ciencia se beneficia, así, de la fe” (n.34). Que a ésta llegue, también, este don dado a los humildes y sencillos para merecer el elogio a la humildísima María, a quien se le dice: “Bienaventurada porque has creído” (Lc. 1,45).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional