Vivir de verdad la fe
Vivir a medias la fe que se profesa debe ser estresante, angustioso, insatisfactorio, con caminar vacilante e inseguro. Vivir de verdad la fe da alegría, entusiasmo, seguridad, ganas de vivir. Conforta, de verdad, sentirse empeñado en ese animador programa señalado por ese hombre de tan grande fe como fue Saulo de Tarso: “Ya coman, ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios”. (I Cor. 10,31).
Cómo conforta vivir la verdad afirmada por el mismo Apóstol, al sentirse el cristiano en la Iglesia miembro de ese místico pero real “cuerpo de Cristo” (II Cor. 12,27) ¡Qué elevación tan maravillosa de todo el actuar humano vivificado así por obra de la encarnación de Cristo en nuestra comunidad humana, divinizados nuestros esfuerzos y fatigas! Gran contraste entre este vivir a la luz de la fe, que por bondad divina se ha recibido, que cuando se enfrenta la vida sin esa luz, que es a la vez vivificante.
Por el contrario, qué tinieblas, qué incerteza, qué falta de apoyo para afrontar los diarios problemas. Se buscarán distintas motivaciones, se buscarán distintas razones al vivir, se acudirá a querer triunfar en éste o aquel empeño que dé honor, o prestigio, o dinero, o placeres, o satisfacción filantrópica, pero todo muy distante a cuando esplende de la fe.
Gran consuelo y alegríatiene el creyente, infinita gratitud a Dios; perseverante caminar. Propósito inquebrantable de triunfar, recurso a ideales que lo alienten ha de tener también el no creyente, ojala con apertura a dejar que su inteligencia y cualidades de que está dotado lo vayan llevando a acoger esa luz que conforta la llamada “fe”. Por qué no desear que tarde o temprano se llegue a dar un paso como el de Agustín de Hipona, y llegar, como él a dirigir a Dios este clamor: “¡Tu me llamaste a gritos y acabaste de vencer mi sordera. Tu me llamaste y tu luz acabó de penetrar mis tinieblas. Ahora he gustado de suavidad y estoy hambriento de Ti!”.
He venido a plantear el anterior dilema, y situación íntima que da vivir o no vivir la fe, o entre vivirla a medias y vivirla de verdad, cuando estamos en el “Año de la Fe, lanzado por el Papa Benedicto XVI, y cuando percibo en tantas personas esas dos situaciones entre las cuales hay qué tomar partido. Profundizar en el vivir a la luz de la fe, y en las verdades mismas de ella, ha sido el tema del Episcopado Colombiano en la primera Asamblea de este año 2013, como eco al llamado del Papa, y al conmemorar los cincuenta (50) años de ese faro de luz como fue él Concilio Vaticano II. Con renovada gratitud a Dios ha de ubicarse el creyente en estas circunstancias, y en actitud de reflexión y escucha el que no se sienta como tal, que perciba sí el llamado cariñoso a apreciar aquella actitud y no considerarse excluido de poder un día disfrutar de los gozos que da una fe vivida.
Podemos testimoniar quienes intentamos esa vivencia efectiva de la fe consuelos en medio de las penas, seguridad en las decisiones aun cuando se traban los caminos, alegría de sentirse acompañado de Dios, entusiasmo que da la certeza de acertar cuando se escucha la voz de lo Alto. Bien repite el creyente como S. Pablo “Yo sé bien en quien tengo puesta mi fe” (I Tim. 1,12), y, en otro lugar, cuando expresa su certera de que “quien en Él tenga fe no será confundido” (Rom.9, 33).
Ciertamente que se da la paz y la serenidad que propicia la fe aun en medio de los mayores penas y dificultades personales, familiares o profesionales, y que nunca nos pesará decirle a Jesús, así no entendamos sus exigencias, como Pedro ante ejemplos de deserción “¡Señor, ¿a quien vamos a ir? Tu tienes palabras de vida eterna!”. (Jn. 6,68).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional