Buscando motivos de optimismo
De verdad el panorama mundial y el nacional no nos ofrecen, a primera vista, motivos de optimismo, pero, con el firme apoyo de la fe, con fundada esperanza, hemos de decir: “nunca hay razón para desesperar”.
Nos asedia el tema de un mal manejo de las riquezas naturales; nos angustia el inconformismo, a veces desbordado, de los pueblos, que en lugar de buscar soluciones con esfuerzos comunes creen que todo se arregla derrocando gobiernos; nos duele el empeño de muchos de querer implantar en las naciones leyes que favorezcan la matanza de niños en el vientre materno o de ancianos o enfermos, o que rebajen la dignidad matrimonial dándole categoría a situaciones contrarias a la misma naturaleza. Nos contrista, también, no solo por sentido religioso sino por comprobado mal para pueblos y naciones, el corrosivo secularismo que ostenta rechazo de normas y principios inspirados en leyes divinas así milenariamente esté constatado su inmenso beneficio para la humanidad.
En el campo nacional hay también muchos factores que nos pueden inclinar al pesimismo, como descubrir, a diario, tantos casos de corrupción, que quedan impunes ante una justicia lenta o venal. Seguiremos teniendo, además, en los diversos estamentos, insensibilidad ante las abismales diferencias sociales, insaciable acaparamiento de unos privilegiados, y el destructor camino del odio e incitación a la violencia, de otros. Continuamos constatando que el mundo de la política y de la economía más que buscar soluciones a fondo, en verdadera unidad de propósitos reflejados en programas benéficos para el país, se busca aquello que favorezca a los amigos o de más prestigio o popularidad.
Sin embargo, hay elementos válidos que elevan nuestra moral y que nos llevan a inquebrantable esperanza. Allí está el espíritu emprendedor de los humanos, que es el de la gran mayoría de los colombianos. Allí está el aprecio por lo honesto y justo, aprendido de líderes como el propio Libertador, y de otros como un Núñez o un Marco Fidel Suárez. Allí está esa “conciencia nunca dormida” enraizada en lo íntimo del alma de gran parte de nuestros conciudadanos, sembrada por el mensaje cristiano, del que dan testimonio nuestras gentes humildes, y, gracias a Dios más de uno de nuestros dirigentes.
En esa búsqueda de motivos de optimismo nos encontramos con el cúmulo de riquezas naturales que saltan a la vista en territorios como el de Colombia, y ese buen número de nobles, inteligentes y generosas actitudes que han de ser enrutadas en beneficio de intereses comunes. Como brújula salvadora están preciosas constataciones bíblicas, llenas siempre de luz y de sapiente consejo. Es p.e. el Profeta Isaías el que anima diciendo: “A los que esperan en Yahvé Él les renovará el vigor, subirán con alas de águilas, correrán sin fatigas y andarán sin cansarse” (40,31). Confortante, también la constatación del libro de los Proverbios: “dichoso el que confía en Yahvé” (16,20). Alienta, a su turno, la profecía del anciano Simeón sobre el pequeño Niño que era presentado en el templo por José y María, quien, así como anunciaba que sería ocasión de “caída” para que lo rechazarían sería también ocasión, para muchas de “elevación” (Lc. 2,34).
También en medio de tantas situaciones difíciles para el creyente lo conforta la despedida de Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo” (Mt. 28,20). A su vez da seguridad que es el mismo Jesús después de anunciar las dificultades que tendrían sus seguidores concluye: “Pero¡ánimo! Yo he vencido al mundo”.(Jn. 16,33).
En medio de tantos motivos para mirar con pesimismo el futuro del mundo y de cada nación, buscamos, y encontramos, tantos motivos de optimismo, y de creer que tendremos un año Nuevo feliz, y muchos más.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional