Gratitud y esperanza
Hemos conmemorado el hecho más trascendental para la humanidad como es el de la presencia, como uno de su linaje, del mismo Hijo de Dios quien “se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn. 1,14). Este hecho, reconocido como feliz realidad por al menos una cuarta parte de los habitantes del orbe, es una verdad que está allí, en medio de la comunidad humana, que influye en mentes y corazones y despierta alentadores sentimientos de gratitud y esperanza.
¡”Ay qué triste es andar en la vida por senda perdida!”,dice una canción popular. “¡Ay qué alegre es andar en la vida por senda segura!”, podemos cantar cuando por don de Dios tenemos conocimientos de verdades como el amor de Dios, que, a pesar de nuestras fallas, nos busca con premura como pastor a la oveja perdida (Lc. 18,12-14), y que envió al mundo su propio Hijo para salvarnos (Jn. 3,16). Qué confortante constatar que ese Salvador no es anunciador de muerte sino de vida, y que la tengamos “en abundancia” (Jn. 10,10).
Van pasando los años, y allí estamos entre ese diario acontecer de triunfos terrenos o de ideales superiores. Allí están unos en busca de lo terrenal, en enrutar a los pueblos hacia su estabilidad y progreso primordialmente material en búsqueda de triunfos de las propias ideas por la satisfacción de gobernar o de conseguir dinero o placer personal o para sus seguidores. Allí están otros “quijotes” del servicio a los demás, con pleno desinterés, con el gozo íntimo de “amar sin esperanza” de recompensa humana, como dijera Valencia, con el indecible placer del deber cumplido, de sentirse colaboradores de la obra del mismo Dios (Gen. 1,27-28), haciendo todo en unión con el Dios hecho hombre, que vino a darle dimensión de eternidad a las labores humanas (I Cor. 10,31).
Grande contraste hay entre aquellos distintos ideales, con inmensas gratitud y esperanza cuando, por bondad de Dios, se está en el segundo empeño. Ubicados en ese pensar y sentir vendrán momentos de tristeza ante la terquedad de quienes cierran ojos y oídos a los dictados de ideales superiores, pero estaremos seguros de que esa “tristeza se tornará en gozo”, como lo ofreció Jesucristo (Jn. 16,16) y tenemos como prenda de seguridad aquellas también palabras suyas: “el que persevere hasta el final, ese se salvará” (Mt. 10,22). Seguridad que El, también, nos da al decir:¡”Ánimo! Yo he vencido al mundo”¡ (Jn. 16,33).
Son muchas las posibilidades y presagios según la experiencia de los siglos y la volatilidad del pensamiento, y actitudes humanas para este nuevo año 2013. ¿Se tendrá respeto y cuidado a la naturaleza, para defensa de agua, de las plantas, de los seres vivientes? ¿Habrá sensatez y se buscará con desinterés y espíritu de servicio el bien de las naciones o se persevera en corrupción en lo económico y moral? ¿Se buscarán las luces de lo alto o se seguirá en el empeño de construir un mundo de espaldas a Dios, con propósito, como los descendientes de Noé, de edificador torres de Babel que solo traen confusión y dispersión? ¿Se escuchará la voz de Jesucristo y su precepto salvifico de “amaos los unos a los otros”, o se oirán mas bien los clamores y actitudes que pregonan mas bien: “¡odiaos los unos a los otros”!?
Hay dos factores para confiar en lo mejor: la asistencia divina que no nos fallará (Mt. 28,20) y la sensatez humana que ha de imponerse sobre el absurdo proceder de buscar edificar sobre la arena movediza de corrupción y egoísmo (Mt. 7, 24-27). Tener estas convicciones nos lleva a perenne gratitud a Dios e indeclinable esperanza, acrecentadas hoy con voces como las de Benedicto XVI en una de sus primeras respuestas por Twitter: “Certeza de que quien cree nunca está solo, Dios es la roca segura sobre la cual construir la vida”.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional