Colombia, presente en el Vaticano
Con el correr de los siglos las cosas van teniendo cambios insospechables. A fines del siglo XV, en los viejos continentes no se tenía ni siquiera noticia de que existieran unas Indias Occidentales, hoy el inmenso territorio americano, ni que hubiera allí seres humanos con desarrolladas culturas que vendrían a enriquecer los adelantos científicos de la humanidad. Ni soñar que personas nacidas en esas ignotas tierras fueran a ocupar, luego, sitios destacados en el panorama mundial y en instituciones como la Iglesia Católica con tanto influjo en civilizaciones y culturas. Desde el Vaticano, en especial desde la memorable época del Renacimiento, ha habido gran influjo no solo religioso sino en las más variados avances humanos.
Es de recordar que el Vaticano se levantó sobre planicie cercana a Monte Mario, en Roma, sitio del martirio de centenares de cristianos a la cabeza de los cuales el primer Papa, San Pedro, sobre cuya tumba se erigirió, desde la época del emperador Constantino, un primer templo, y, luego, bajo Julio II y León X, con Barrante y Miguel Ángel (1503-1521) la hoy grandiosa Basílica, y construcciones en donde se fijaría la sede de los Papas a su regreso de Aviñon (1305-1372). Ese Estado, aunque quedó reducido desde 1929 a medio kilómetro cuadrado, por el influjo mundial de los Papas es base de preponderante importancia para todo el orbe.
El reconocimiento de su parte del Vaticano de naciones como las que surgieron con la independencia de dominios europeos en América, como Colombia en 1835, ha sido el sello de nuevas realidades políticas y religiosas en el conjunto de los pueblos. Dura y tenaz tarea cumplió por nueve años (1826-1835) el un tanto desconocido Ignacio Sánchez Tejada, plenipotenciario de distintos gobiernos de Colombia, desterrado en ocasiones de los Estados Pontificios por influjo de España, hasta conseguir de Gregorio XVI el reconocimiento de nuestra Independencia y comienzo de relaciones diplomáticas. Ante el Vaticano ha tenido Colombia prestantes embajadores como Darío Echandía y Carlos Arango Vélez, y de allá han venido representes pontificios de extraordinaria labor en nuestro país como monseñor Antonio Somoré, y Benjamin Stella. Por el ambiente Vaticano han estado cardenales como Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón Hoyos, y, en nuestros días, monseñor Octavio Ruiz Arenas, en destacadas labores en Congregaciones romanas.
Vienen las anteriores notas para destacar la importancia que el 24 de noviembre de este 2012 haya sido exaltado a la dignidad cardenaliciaS. E. Rubén Salazar, Arzobispo Primado de Colombia, el octavo colombiano llegado a esa dignidad de estar entre los llamados a ser los más “leales colaboradores del Papa”, consejeros suyos y con atribución para participar en elección de nuevo Pontífice. Eminentes de verdad han sido nuestros cardenales, a la altura de su misión, así miopes ante cuanto tenga reflejo religioso quieran desconocer y hasta hacer tendencioso escarnio. Personalidades como monseñor Manuel José Mosquera, víctima del sectarismo antirreligioso que surge en determinadas épocas, y Mons. Ismael Perdomo, incomprendido y a veces vilipendiado, fueron, ciertamente, dignos de haber recibido el capelo cardenalicio.
Acompañado de un grupo de obispos colombianos, al igual que de sacerdotes y laicos de nuestro país, estuvieron, a la sombra del Vaticano, acompañando a nuestro nuevo cardenal Rubén Salazar, hombre cultivado en ciencias eclesiásticas, pastor diligente de una evangelización más cercana a nuestras gentes, con gran apertura a la aplicación del mensaje social de nuestra Iglesia. Colombia y el Vaticano, presidido hoy por el admirable y sencillo Benedicto XVI, se sienten así unidos en magnífico servicio a Dios en pro de los humanos.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional