Por un verdadero amor humano (II)
“¡No serviré!”,dijeron Satán y sus secuaces ante norma que diera Dios a los espíritus angélicos. Repetir esos gritos y actitudes, es cuanto se ha venido tejiendo en las mentes humanas en insaciable afán de libertad absoluta, a lo cual lleva la pomposamenteexaltada “ideología del género”, que comenzamos a glosar en entrega anterior. Con base en ella se llegan a pensar planes que reflejan desbordamiento ideológico y demencia, antes que sabiduría.
No ha sido un devaneo pasajero sino propósito perseverante de esa corriente mundial, bajo el pregón de “ideología”, para llegar, a una cultura en la que prime “la despersonalización absoluta de la sexualidad”. Se pregona, que el sexo no caracteriza fundamentalmente a la persona, y que, entonces, sin afectar su personalidad, se tiene, dentro de ilimites derechos individuales, el de reclamar el elegir configurarse como se desee sexualmente, prescindiendo de cual fue su sexo al nacer.
Esa manera de ubicar las cosas, por rebelión a estar bajo unas leyes naturales, para evitar, según ellos, colocar al varón por encima de la mujer, dice la Carta magisterial del entonces Cardenal Ratzinger, escrita a dos manos con Juan Pablo II (31-05-04), que lleva “introducción en la antropología de una confusión deletérea, que tiene su implicación más inmediata y nefasta en la estructura de la familia” (n.2). A partir de esta afirmación inicia ese documento, importantes conclusiones, con una rápida presentación de “datos fundamentales de la antropología bíblica”. Estos llevan a grande aprecio de la dignidad humana y de cada uno de los sexos, llamados a natural complementariedad, y no a la trágica oposición en la que la contrapuesta antropología presume que están colocados.
En esa Carta magistral se presenta, apodicticamente, con enseñanzas bíblicas, cual ha de ser la colaboración de hombre y mujer, unidos en verdadero amor que es fecundo (n.5). Van estas desde el Génesis, (1,27), con énfasis en Gálatas (3,27-28) en su verdadero sentido que es la superación “en Cristo de la rivalidad, la enemistad y la violencia que desfiguraban la relación entre hombre y mujer en quien son: superables y superadas” (n. 12). En este orden de ideas tenemos pie para la exaltación de valores recordados por los obispos españoles en documento ya citado (n.50), como son el amor verdadero colocado por Dios en el corazón de hombre y mujer, dotados de masculinidad y feminidad, para contribuir a él, por igual. Estén llamados, así, a comunidad de vida y amor”. Se dejan de lado egoísmos y lucha de prepotencia como propaga la “ideología del género”, colocándolos, bajo la bendición de Dios en su obra “una sola carne”.
Es de destacar, (lo advierte el documento de España n.52) que esa “teoría del género” conduce a una “antropología dualista” del sexo que lleva a oscurecer también la imagen del matrimonio y de la familia. Se abre paso al “amor libre”, conducente a una “sexualidad sin amor”, llevando al ser humano a condición de “sexualmente neutro”, con culminación en una “cultura transexualista”. Allí, se abre, paso a la legitimación de uniones homosexuales, que es, en gran síntesis, el propósito de ideologías a las que dan apariencia de científicas, y logran, con estudio superficial, buen número de simpatizantes que no han analizado a fondo cuanto muy sintéticamente hemos expuesto.
Gran conclusiónde la misma Carta escrita por los papas Wojtyla y Ratzinger, es que en su exposición bíblica (n.12) se muestra quela diferenciación de hombre y mujer, comenzando por lo sexual, no es accidental. Ella existe no para pugnas sino para complementarse en estrecha colaboración. Este mensaje, escuchado y vivido, conforta y serena el ánimo convulsionado por la insospechada rebeldía, cuasidemoníaca advertida al principio de este comentario.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.