DOS CALIFICATIVOS
Paz humanitaria y cristiana
Con dos calificativos, que tienen sentido universal, hemos de buscar una paz que sea verdadera y durable: “humanitaria y cristiana”.Una paz que mire al bien de todos los humanos, que busque el bien aun de quienes hayan optado por atroz violencia, bien cristianamente deseado y cultivado en los corazones de “los hombres de buena voluntad” (Lc. 2,14). Con la frente en alto porque vamos tras algo honroso, sin complejo por su sabor religioso, busquemos, así, la paz, como aporte el más benéfico, y como prenda de bendición del poder divino.
En medio de esa búsqueda de la paz, que trae tantas contradicciones y antipacíficos enfrentamientos cuando se la propone desde bandos opuestos, y que buscan ganar protagonismo más que el bien general, convirtiéndola en instrumento de prestigio o base de dominio sobre contradictores, surge en Colombia la voluntad y esfuerzos del Episcopado de la Iglesia Católica.Busca este esfuerzo eclesial derroteros inspirados en sus principios religiosos de tanto sentido humanitario y social. Se pretende, de lleno, en este empeño, darle la mano a un pueblo que sufre desde hace tantas décadas un absurdo confortamiento bélico.
En Asamblea extraordinaria de la Conferencia ha estimado el Episcopado conveniente colocarse a prudencial distancia del caminar del Gobierno, no sin dar alguna colaboración cuando se crea oportuno, pero sin ir a la zaga de intrincadas conversaciones con la subversión. Tendrá la Iglesia una agenda pastoral propia, que, inspirada en el mensaje evangélico, se propone ser“pastoral de la verdad”, en busca desinteresada y comprometida del bien de todos. Se empeñará en fraterna reconciliación, uniendo a enemigos de ayer, a víctimas y victimarios, en esfuerzos comunes hacia el bien de la comunidad y defensa de cada persona.
Hemos tenido en Colombia, como en el mundo, ejemplares esfuerzos desde la Iglesia en todas las épocas. Ahí están los programas sociales de los Jesuitas en los Llanos Orientales, la consagración plena de S. Pedro Claver a la atención misericordiosa de los negritos traídos de África como esclavos, el cultivo del humanitario espíritu de Cooperativas promovidas por un padre Campoamor, e impulso a un sindicalismo con limpios procederes e ideales, dado por sacerdotes como el P. Francisco Mejía y Vicente Andrade. Todo ello ha sido semilla de paz y reivindicación social, basada en el amor y en respeto y servicio hacia la persona humana.
Servicios de ese estilo urgen en Colombia, con dedicación a responder no con discursos ni con solo promesas a una educación en la que no se saque a codazos el mensaje cristiano ni a sus mensajeros, con atención sincera y constante al campesino, con administración de justifica eficaz y transparente, con serios programas en asistencia en salud a nuestras gentes. Todo ello sí es verdadero camino real hacia la paz, más que concesiones ilímites a subversivos en llamadas “conversaciones de paz”.
Es que no solo ayer, sino también hoy, hay obras impulsadas por la Iglesia, calladas pero eficaces. Todos ellas conductoras a la paz. Son de destacar Centros Educativos para jóvenes víctimas de la violencia, en Yopal, dirigidos por Hermanos Cristianos, cuya contribución más que dinero es de testimonio de servicio con amor y honestidad. De recordar labores sociales concretas en el Magdalena Medio, con sensibilidad social, con la eficaz mesura del Evangelio. Se abre paso, también, en nuestros días, a una inmensa ynovedosa red por la pazde industriales, con independencia del Gobierno y de políticos, red de campañas conjuntas para mostrarle al país que somos capaces de crear una paz para todosy con todos. En este septiembre se iniciará esta red, que en cada lugar estimulará la Iglesia como cultivo de una paz humanitaria y cristiana.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.