Ante el don sagrado de la vida (IV)
Llevados por el confortante “asombro” que nos da el acercarnos al tema de la vida iluminada por el mensaje cristiano, es entusiasmador seguir en pos de las enseñanzas de Juan Pablo II en su extraordinaria Encíclica Evangelio de la Vida. Centrándonos hoy en el Capítulo II en el que se profundiza en lo fundamental de la misión de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, al llevarnos a los humanos a que “tengamos vida y la tengamos en abundancia”, (Jn. 10,10). Para que se consiga esa magnifica realidad en cada persona es definitivo que ella misma, conocedora de quién es Jesucristo, comprenda y acepta que Él es“camino, verdad y vida” (Jn. 14,6), y así, exaltada la vida por la unidad con Él, que se insertó en la familia humana, sentiremos y viviremos todo el valor de nuestra vida (n.29).
Colocados en esa dimensión, no nos dé cuidado decirlo, pues el cristianismo, con esa exaltación que da el Hijo de Dios hecho hombre al insertarse en la humanidad, estamos en proyección a tener los humanos “vida divina y eterna”, pues “es el fin al que está orientado y llamado el hombre” (n.30 b). Con esta magnifica y real exaltación de la vida, no hundida en lo meramente terreno y carnal, se abre paso a la liberación de la esclavitud de esas deleznables ataduras, dando paso a una “historia nueva” que se enriquece en el descubrimiento de un Dios de bondad y de plena vida, y de la preciosa realidad de la vida humana unida a Él dentro de sus planes sobre los seres humanos (n.31 b). Al ser conscientes de esa gran realidad, se comprende la necesidad de romper con todo cuanto aleja de Dios y de su ley, el pecado, y dar paso a la conversión a un vivir en paz y amistad con Dios, con un reconocimiento humilde de las propias flaquezas y una invocación a quien ha venido a salvar a los pecadores arrepentidos (Luc. 5,31) (n.32 c).
Pero no es solamente estar libres de enfermedad, no es solo sentir que se tiene vida, sino que ésta, unida a los planes divinos, eche adelante la obra iniciada por el Creador, para cuya complementación crea a los seres humanos a quienes coloca en este precioso jardín, la Tierra, “para que la laboraran y cuidaran” (Gen. 2,15). Para eso dio Dios vida al hombre, para que dé ritmo ordenado a su creación, y, utilizando su inteligencia y libertad la perfeccionara para gloria de Él y bien de toda familia humana. Para eso es el don sagrado de la vida (n.34), dando a quien le comunica la excelsa dignidad de haber sido creado a su imagen y semejanza. (Gen 1, 26), algo que nos llena de gozo y entusiasmo en la debida utilización de ella (n.34 g).
Al venir Jesucristo con su mensaje le ha dado a la vida humana ese gran valor de sacarla del egoísmo y proyectarla al bien comunitario. Es Él quien señala cómo es un deber hacer rendir los talentos recibidos por Dios (Mt. 25,14-30), y éstos puestos al servicio de todos bajo su excelso mandamiento del amor (Jn. 13,34). El premio o castigo final, será, según se haya tendido apertura o no al más débil, que es imagen de Él mismo (Mt. 25,31-46) (n. 41 c).
Con todos los valores y la dignidad de la vida señalados, retoma el Papa en este Capitulo II destinado a clamar por el respeto a ella como “don sagrado” de Dios, que es el Dueño dada como “soplo vital” (n.39). Esta realidad “está inscrita desde el principio en el corazón del hombre en su conciencia” (n.40). Está “conciencia” está en lo intimo del ser humano y afronta el atentado de borrarla, tarea de los que quieren abrir paso a conculcaciones de ella. En esta batalla en pro o en contra de la inviolabilidad de la vida es de tener presente que ella, en su favor “lleva escrita, en sí misma, de un modo indeleble, la verdad” consagrada por el mismo Dios en su Decálogo bajo el Precepto “No matarás” (n.48 a), al cual dedica luego el Papa su siguiente Capitulo III de la Encíclica (Continuará).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional