MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Noviembre de 2013

Semilla de cristianos

 

”Si  este plan es de los hombres, fracasará; pero, si es de Dios, no conseguirán destruirlo”, dijo el doctor de la Ley, Gamaliel, a los que querían arrasar el naciente cristianismo (Hech. 5,39). “Saulo, ¡¿por qué me persigues?! Te es duro dar coces contra el aguijón”, dijo Jesucristo al perseguidor de la Iglesia Saulo de Tarso (Hech. 26,14). Esas voces que se hicieron sentir en los albores de la predicación evangélica, debieran escucharlas los perseguidores de todos los tiempos, pero Dios permite la obcecación de ellos para que, a través de los siglos, siga habiendo testigos valerosos de esa fe, y que su sangre vertida, con amor, se convierta, como dijera el apologista Tertuliano (155-220), en “semilla de cristianos”.

Ser elegido Sucesor de S. Pedro, en Roma, o ser designado Obispo, o Presbítero, o por solo aceptar el Bautismo era motivo de condena a muerte en el Imperio Romano de los tres primeros siglos de la era cristiana. Pero esas persecuciones solo consiguieron más y más gérmenes de fe en el Crucificado, y hasta ansia y sed de martirio como en S. Ignacio de Antioquía, quien suplicaba a sus amigos no impedir su viaje a Roma, en donde anhelaba, y lo logró, “ser trigo de Dios molido  por los dientes de las fieras” (a. 107).  

Esa sed de sangre de creyentes en Cristo no se apaga a lo largo de los siglos, ni el arrojo a predicar el Evangelio es detenido por los más atroces martirios. Es así como todos los continentes han sido bautizados con la sangre de incontables mártires, cuyo testimonio de vida y de valor, ante amenazas y muerte, ha conseguido que, a pesar de tan pertinaz acción perseguidora, siga viva esa fe cristiana, ofreciendo, aún a sus perseguidores, horizontes de bien y de auténtica felicidad.

Es de destacar que en nuestra época, al lado de tan egregios maestros de la fe, al estilo de Juan XXIII y Juan Pablo II, que serán próximamente proclamados “santos” de nuestra Iglesia, hay, también  una pléyade de mártires, testigos de la fe, bajo el comunismo ateo, que señaló la religión como “opio del pueblo”, que se debía exterminar. Millares han sido las víctimas de esa persecución en Europa y Asia, y en donde quiera que se ha logrado implantar con sus oprobiosos regímenes. De gran terror y servicia fue cuanto se implantó en España en la década del 30, con centenares inocentes mártires cuyo único delito era ser testigos en el servicio a los humanos de su inquebrantable fe en el Crucificado.

En México fueron incontables víctimas de la persecución religiosa, y a Colombia nos llegó también, al lado de testigos de fe con un Pedro Claver o un Ezequiel Moreno, o un Padre Marianito Eusse, o una Madre Laura, la sangre bendita derramada en España por jóvenes nuestros como el seminarista claretiano Jesús Aníbal Gómez, recientemente declarado Beato, sacrificado por odio a la fe el 28-07-36. Es el octavo colombiano víctima de esa atroz persecución comunista llevado a los altares. Ya en 1991 (14-05) el Papa Juan Pablo había beatificado a siete hermanos de S. Juan de Dios. Ha sido sangre santificadora, “semilla de cristianos”, unida a la del Padre Pedro María Ramírez, asesinado vilmente en Armero (10-04-48), y, también, del Obispo de Arauca Jesús Emilio Jaramillo, y la del Pbro. Juan Ramón Núñez, asesinado por difundir la Nueva Evangelización, en momentos que ofrecía el Sacrificio de la Eucaristía.

Nos duele el pecado y crimen de los perseguidores, al tiempo que  imploramos su conversión, pero nos duelen, aún más, los ataques a la salvífica fe cristiana y la difusión de ideologías que  fomentan crímenes e inmoralidades. Entendemos la paciencia divina que permite el martirio con el que se rubrica la adhesión a una fe que sigue enriqueciendo con esa semilla de bendición, y conquistando para ella millares de “hombres de buena voluntad” (LC. 2,14).

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional