Ante excelsa vocación
LA “madre”, timbre de honor, que todo ser humano defiende, instintivamente, pues en ella comienza nuestro existir. El amor, sacrificio y cuidado que ella dejó en cada uno, es huella imborrable en nuestro vivir. El aprecio por esa vocación, en la que se coopera a la obra grandiosa de Dios, autor de la vida, ha de mantenerse en alto en todas las generaciones y en todos los sitios del mundo.
Esa sí es base de civilizaciones que tengan altura, que surgirán si se da una verdadera educación sexual, que enseñe que es máxima irresponsabilidad atropellar o dejarse atropellar sexualmente, aparte de profanar la maternidad, y que destaque la grandeza que hay en un acto generativo, para el cual hay que esperar hasta cuando haya edad y preparación para asumir la excelsa vocación de ser madre, y bajo bendición divina.
Hace ya muchos años (1970) escribí un opúsculo que titulé “Por la dignidad de la mujer”, que con el correr del tiempo encuentro de gran actualidad. Su dedicatoria llamado a mantener en alto esa dignidad, que se sublima al ejercer con debido decoro el título de “madre”. Después de dedicación a María Santísima, lo hacía, con gran cariño, “a mi querida madrecita, cuya vida de virtud, laboriosidad y amor a sus hijos enalteció a la mujer.” Luego extendía esa dedicatoria “a las madres que no han perdido el orgullo de sentirse madres”, y “a las jóvenes doncellas que no han perdido el entusiasmo de sentirse puras, y que no pisotean ni reniegan del sentido del pudor”.
Pero para que lo anterior no sea simple sueño, y no se lo considere utopía, se necesita que por el amor y respeto a nuestra propia madre, por amor y deseo de estabilidad en altura y dignidad de la humanidad, se cultive el valor de las personas en su misma realidad corporal y sexual. Es preciso no estar propiciando con el ejemplo y comentarios cuanto propicie el desbordamiento de los humanos, que los convierte, en este aspecto, más desenfrenados que los mismos irracionales.
No es con simple “instrucción sexual” a los niños y jóvenes, y menos con corromperlos al decirles la monstruosidad de que pueden buscar satisfacciones sexuales explorando su sentir, y enseñarles, irresponsablemente, hasta que pueden elegir sexo, o dejarse llevar de tendencia hacia personas del mismo sexo. No es con ese aleccionamiento, que lamentablemente se trata de poner al orden del día, hasta con indicación gubernamental, como se va a ayudar al bien de la humanidad, ni a honrar a las madres.
Bien el saludo cariñoso a la mamá en un “día de la madre”, (que debieran ser todos los días del año). Bien un detalle ofrecido con especial afecto, o una oración agradecida por ella y súplica al cielo por su bienestar terreno, o por su alegría perenne en el más allá. Pero mayor homenaje es hacer debido ambiente por mantener en alto ese título de “madre”, que no sea pisoteado por ideologías que quieren profanarlo dando el título de “matrimonio”, u “oficio de la madre”, a convivires en pugna con la ley natural.
La “madre”, timbre de honor de todo ser humano, siga estando, con contribución de todos los humanos, en la altura que le corresponde. Si al noble y auténtico sentir que tenemos por naturaleza a la madre, unimos las enseñanzas religiosas que le dan puesto de excelso honor, le rendiremos el tributo de amor que merece y se evitará que, por ligereza o sórdida pasión, se llegue a esa realidad con tremenda impreparación y con posterior irresponsable en ejercicio de esa misión.
Este mes de mayo, en el que por bondad de Dios tenemos dentro de la alegría de la fe honrar a la Madre de Dios, sea para dar entusiasta reivindicación a la “excelsa vocación” de ser madre. Que más y más humanos sepamos en el hogar cual sea la madre, y cual el padre, y con respeto y amor a los dos, los tengamos en sitio de honor.
*Obispo Emérito de Garzón