Un Papa que queda en la historia (III)
El Papa Benedicto XVI ha tenido el anhelo de que los notables avances obtenidos en su Pontificado no vayan a menguarse, lo cual explica la honestidad y oportunidad de su trascendental renuncia. Pero, hay que decirlo, con lealtad, que ante tristes rivalidades, notorias ambiciones de personalidades de la Iglesia, ansias de predominio de distintas corrientes, había algo necesario de corregir, y esto impulsó la ejemplar actitud de Ratzinger como protesta en grande por todo ello y como llamado a una plena purificación en la Iglesia. Era preciso convocar a una transfiguración en ella.
No faltan las comparaciones entre Juan Pablo II y Benedicto XVI queriendo exaltar o minimizar a uno u otro ante actitudes disímiles, pero es de advertir la máxima fidelidad de Ratzinger y Wojtyla, sin pretensión de emulaciones, siendo necesario colocar a cada uno sus propias cualidades y maneras de actuar. Viéndolo bien, en sus pontificados hay en un crescendo de determinaciones dentro de las circunstancias de cada momento. Bien dijo Guillermo León Escobar (El Tiempo 20-02-13) que “eran hombres superiores, y, por eso, los dos sabían que sus criterios dispares no eran excluyentes sino complementarios”. El mismo Benedicto, al ser interrogado sobre cómo habían podido escribir en unidad con Juan Pablo II, a dos manos, la Encíclica Fides et Ratio, explicó gráficamente que eran dos alas distintas de una misma ave que no se mueven una después de otra, sino acompasadas, y así se avanza hacia un final común y armónico.
Entre los aspectos a destacar en torno al transcendental paso dado por el Papa Benedicto, está el de su total confianza y entrega al Señor y su seguridad en el poder de la oración, a la cual dedicará gran parte de su tiempo como su gran colaboración a la Iglesia de la cual nunca se aislará. Es de personas de fe saber que acá en la tierra, y en el más allá, con nuestra intercesión ante Dios seremos más eficientes que en nuestros aportes por muy luminosos que los creamos. Cuando fallan las fuerzas, con esa conexión con el cielo hemos de sentirnos como la humildísima María, llamada por la Iglesia “Omnipotencia Suplicante”. Trabajó este Papa como buen soldado de Cristo que puede decir como S. Pablo “he librado un buen combate, he culminado la carrera, en adelante me aguardo recibir la corona que aquel día me entregara el Señor”. (II Tim. 4,7-8).
Todavía, con plena lucidez, tomó Benedicto la determinación de emprender en la soledad, en el silencio y la oración, la última etapa de su peregrinación, no bajándose de la cruz sino asumiendo la de este momento. Después de más de tres mil quinientos años, alguien como Josué oyó la voz de Dios que por medio de Moisés decía: “Sé fuerte y valeroso porque tú llevarás a los israelitas a la tierra que yo les he prometido y yo estaré contigo” (Deut. 31, 23). Así caminó el Papa Benedicto en sus ocho años de pontificado y así lo dice con fe y coraje a sus sucesores.
Como síntesis de todo lo anterior estoy de acuerdo con el ya citado comentador Virginio Romano: “El Papa no se retira derrotado, sino por el contrario, satisfecho de haber cumplido la tarea propuesta y haber dado un golpe certero al relativismo (en todos los ambientes, aún en el eclesiástico), eliminando palos atravesados en la rueda y creando el escenario intelectual con su maravilloso cuerpo doctrinal”. Añade luego: “Y supo irse; lo planeó; sabía que estaba con ese gesto creando historia”.
Con la fuerza del Espíritu Santo se realizan las grandes tareas, y con su fortaleza la misma debilidad se convierte en fuente de resultados de espíritus de valor. Allí, en ese nuevo ambiente quiere el Emérito Papa seguir sirviendo a la Iglesia, libre de todo homenaje a él, con aporte de infinito valor a la Iglesia y a la humanidad.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.
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