Minnie era una perrita de raza schnauzer, tenía cinco años y era la adoración de Marianita, una niña de escasos doce años. Eran compañía y su vida, sin lugar a duda, había un lazo afectivo que trascendía la mera humanidad. Minie murió envenenada por algo que comió en el parque, un descuido que le costó el más grande dolor y sufrimiento al animal por su agónica muerte y a la niña la más profunda ausencia en su corta vida. La maldad de quien odia sin medida a los animales, que es capaz de plantar veneno porque le fastidian los ladridos, le parece antiestética una cagada o una meada en un jardín o, simplemente no tolera a otros que no sean humanos, expresión del más profundo especismo.
Marianita y Minnie se acompañaron durante estos años con el cariño y el afecto propio de dos seres inocentes, para los cuales el amor, la compasión y la empatía eran las reglas de oro, no había discordia, mas allá por supuesto de la rebeldía canina en los habituales paseos de parque, donde se tomaba el tiempo necesario para correr, revolcarse, ladrar a plenitud, saludar a cuanto can se encontraba, por supuesto canaquear de cuando en cuando.
Minnie era la consentida de la Abuela, siempre tenía el bocado listo, aun sabiendo que a su nieta no le gustaban ese tipo de licencias alimenticias; para su mamá ese ser de cuatro patas era una hermana para su amada Marianita; abuela y madre sabían que la niña expresaba los más nobles sentimientos con su amado can de compañía. Por estos días, valiéndose del buen corazón de los profesores, la han excusado de sus deberes escolares. Es natural que estén manejando el duelo por tan irreparable pérdida.
Hoy en la ciudad hay una niña con el corazón roto, tendrá que seguir asistiendo a sus clases virtuales sin la cercana compañía de Minnie. Para Marianita, la muerte por seguro envenenamiento de su amada compañía es una pérdida irreparable. El panorama es desolador. Ella, como la inmensa mayoría de niños, niñas y adolescentes de la ciudad deben quedarse en casa cumpliendo sus deberes académicos mientras los adultos van a sus trabajos. No hay derecho a tanta infamia.
Quienes envenenan a nuestros animales de compañía no son conscientes del gran daño que hacen, sufren muertes inenarrables, sus órganos colapsan en medio de dolores inimaginables e inmerecidos, destruyen auténticos hogares multiespecie, donde los animales son acogidos y amados sin condiciones, hogares donde buena parte de la alegría corre por cuentas de estos maravillosos seres.
Hoy el Conjunto Caminos del Porvenir y sus alrededores, en la localidad de Bosa, no es un lugar seguro para los perros y gatos, tanto para los que tienen un hogar como Minnie como para los que viven en situación de calle. Ella es solamente la más reciente víctima conocida, le antecedieron gatos cuyo único pecado es haber querido tomar algún desperdicio por alimento. No estoy seguro de que seamos lo peor que le ha sucedido al planeta como raza, pero de lo que no tengo duda es que estamos muy cerca de serlo.
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