Yo no acampo en la Plaza de Bolívar. Al menos no en el sentido literal de dormir en una carpa y congelarme a media noche, entre la sombras del holocausto y las vergüenzas que se cocinan en el Capitolio.
Son 13.903 metros cuadrados cubiertos de historia; antes, la picota de los castigos en épocas del rey de España; luego el mercado de los domingos para las ventas campesinas; la pila de agua para calmar la sed del pueblo; la capilla del Sagrario y las casas coloniales que ya se fueron, como el pasado. Hoy, una noche en la Plaza, está llena de palomas somnolientas, del frío que se siente 2600 metros más cerca de las estrellas, y de un Bolívar de bronce negro que desde su pedestal nos mira fijamente a los ojos.
No estoy físicamente con el grupo de campistas, pero como no soy ajena a la causa que los convoca, y no me cansaré de clamar por un #AcuerdoYa que nos saque de limbo en el que estamos sumidos desde el 2 de octubre, decidí -en otro lugar que no tiene mapa ni espacio- montar mi propia carpa; y honrar lo que significan el símbolo y el mensaje de vigilia, de urgencia, de presión ciudadana por la paz. Por eso, desde lo pactado en La Habana, hasta que se firme otra vez otro acuerdo que vuelva a ser el mejor posible, Puerto Libertad se declara en campamento permanente.
La mía es una carpa construida con palabras; con voces, preguntas y nostalgias; con pedazos de esperanza entrelazados con montones de ausencias, de abrazos, de caminos andados y desandados por cada víctima de las armas que empuñan los hermanos.
La nuestra es la generación de los sobrevivientes. Fuerte, cansada, convencida; equivocada en mil cosas, feliz por tantas otras, y casi siempre con más arrugas en la piel que en el alma.
La buena noticia es que no estamos muertos: en cada olvido, en cada vida que comienza o avanza, algo -por ínfimo que sea- encuentra la forma de germinar; ése es el origen de esos pedazos de esperanza, que por décadas se negaron a morir en medio del fuego cruzado, y que hoy claman #AcuerdoYa porque la paz no merece ser interina, ni estar acorralada.
Mi carpa de palabras no está anclada en tierra, pero le apunta a ese cielo donde ideas e ideales toman vuelo, con la secreta ilusión de generar algo de arraigo y eco en el corazón de los transeúntes, digo, de los lectores.
Mi carpa no es de lona; pero cuando se trata de causas colectivas, cada quien hace lo que puede. "Sumar" es el verbo; y no perder la brújula, una de las primeras obligaciones.
Bienvenidos a mi carpa. No es preciso traer mantas ni agua. Traigan letras, símbolos y abrazos, árboles y cometas. Y tizas de colores, porque llegó la hora de escribir en los actores de la guerra, las primeras sílabas de una segunda oportunidad; para ellos, para nosotros, para un pais que quiere y necesita aprender a vivir sin miedo.
ariasgloria@hotmail.com