Culminan casi 16 años de ejercicio del poder por parte de la canciller alemana Ángela Merkel, resultado del normal cumplimiento de las reglas democráticas que la llevaron al cargo, y del liderazgo y confianza que los electores y las mayorías parlamentarias sucesivas reconocieron y refrendaron en varias elecciones durante su fructífero mandato. De hecho, ha sido por su propia decisión que no ha intentado presentarse para un nuevo periodo.
Las luces y sombras propias de todo balance serio de la gestión de un gobernante, han sido y serán aún objeto de innumerables estudios y artículos. Aquí valga la pena destacar solamente algunos elementos del modelo de liderazgo que ha generado, sin siquiera proponérselo, que contrasta en particular con el de los dirigentes populistas con los que ella y la humanidad entera han tenido que lidiar durante los últimos años.
La tranquilidad y sobriedad con la que se le identifica, unidas a su lejanía del glamur y las ostentaciones del poder, evidencian que el verdadero liderazgo no se ejerce en las apariencias.
Seriedad, preparación y examen a profundidad de los asuntos, creencia en la ciencia, capacidad de escucha y disposición para llegar a compromisos sin dejar de afirmar sus convicciones, acompañadas de un envidiable sentido de la oportunidad y de identificación de lo importante. Capacidad de negociación ligada sin duda a la lógica de funcionamiento de las instituciones alemanas, pero que supone también unos rasgos de carácter. Así al preguntársele recientemente con qué jefe de gobierno de otro país se había sentido mejor, señaló que "No voy a dar calificaciones. Uno a veces se encuentra con gente con la que comparte opiniones. Eso a veces facilita las cosas. Pero a mí me pareció siempre un desafío positivo trabajar con gente que veía las cosas de otra manera".
Enfrentada a las sucesivas crisis atadas al colapso del sistema financiero mundial en 2008, las amenazas de disolución de la zona euro, las consecuencias de la catástrofe de Fukushima, la ola migratoria hacia Europa en 2015 y la pandemia del covid-19, dio muestras de una gran solidez y confiabilidad reconocida por sus pares, quienes la veían hacer el trabajo sin alardes, demostraciones innecesarias de fuerza ni conflictos directos, centrada en los objetivos.
Calma y hasta lentitud en la toma de ciertas decisiones que no impidieron sorprender a sus interlocutores con cambios sustanciales de posición en temas internos como internacionales. Baste pensar en la decisión del cierre anticipado de las centrales nucleares alemanas. Pero tal vez el ejemplo más significativo, que marcará también por siempre su legado, fue el cambio en las reglas de inmigración ante la crisis en Siria, y su incidencia para que Europa compartiera esta responsabilidad, acudiendo a una frase que se volvió emblemática: "wir schaffen Das", algo así como "podemos hacerlo". En ese episodio, así como en el manejo de la crisis del covid-19, el mundo vio en esta mujer un claro referente humanista y democrático.
Sus mensajes de respeto del Estado de Derecho, de defensa de las libertades, los deberes solidarios y la dignidad humana, unidos a su intransigencia con el racismo y las manifestaciones de odio, le darán sin duda un lugar privilegiado en la historia. Para el efecto, no se necesitarán placas ni piezas conmemorativas que dejen constancia de su paso por la cancillería, del que lo único que ella confiesa quisiera que fuese recordado es su esfuerzo por cumplir con sus deberes.