La tradición del crimen
Buenos Aires es hoy un sitio bello, sucio y peligroso. Lo último es un aporte de la última década. Caracas es menos sucia pero peligrosísima.
Bogotá tiene rasgos de metrópoli, ha mejorado en seguridad pero es bastante sucia. Su sistema de recolección de basuras es similar al bonaerense. Talegos negros destripados y malolientes por las calles.
Honduras, México, El Salvador, dan la impresión de estar micro-gobernadas por el hampa, mientras el Gobierno queda desbordado tal como ocurrió en Colombia en los años 80 y 90.
En Rusia el Gobierno ha sido catalogado como el mandato del hampa. Como una cleptocracia. Los idealistas y los materialistas fueron dejados de lado por un bandidaje sin principios.
En Estados Unidos el crimen está más organizado. Hace parte de una tradición. Tiene una estructura regentada por 22 familias de capos que apoyan las campañas políticas de los partidos y tienen equipos de contadores para evitar el crimen imperdonable de no pagar impuestos.
La historia de esas dinastías hace parte del imaginario colectivo con películas y libros como los de Mario Puzo. Sobra decir que esas familias se oponen a la despenalización del uso de las drogas. Pues eso lleva a pasos contados a la legalización del tráfico y al fin del negocio.
Las muy eficientes familias de capos son parte constitutiva del engranaje social estadinense. Sociedad que es adicta y cuyo trajinar económico paga un precio mental alto en recursos adictivos, en la adaptación a esas velocidades visuales y electrónicas.
Pero como la ética occidental o al menos la anglosajona no ha logrado responder a este asunto se crean malentendidos, y antinomias insuperables. Así, por ejemplo, es el consumo estadinense quien mantiene en pie a las guerrillas y a los paramilitares. Y a las formas más agresivas del crimen latinoamericano. Pero al norte de Rio Grande ese crimen esta bien organizado y vive en un balance precario pero estable con su sociedad. En cambio al sur de Rio Grande el crimen está como quien dice “en vías de desarrollo”, su tradición organizativa es menor. Y el Estado lo combate más que todo debido a una imposición foránea de los consumidores. Consumidores “puritanos” que no asumen su responsabilidad y la proyectan en las matas. Y no faltará el adulador abyecto que diga “la mata, mata” sin decir ni mu de quien la convirtió en droga adictiva.
La guerra interior actual y sus intentos de diálogo tiene por fuerza que incluir a los causantes. Estados Unidos y su sector financiero, su industria de armamento y avituallamento tiene que hacerse parte negociadora de este conflicto. Y reconocer su acción directa en ese proceso.
El crimen organizado continuará allá y aquí, pero Colombia tendrá más posibilidad de defenderse si los proveedores de tecnología, armas, municiones y facilidades financieras se dignan decir su nombre. Y no se hacen los gringos.