De las reformas y el cambio
Cuando quedó clara la victoria chavista, los mismos noticieros y publicaciones que auspiciaban su derrota no se dan por enterados y la impresión neta que dejan es que de todos modos Chávez está perdido. Así es la ideología de acomodaticia.
Esperemos que los congresistas que mojan pantalla con argumentos anodinos sobre la salud del vice se muestren igual de activos ante la reforma tributaria que exime a los dividendos, sube el precio interno de los alimentos y grava más los salarios. Si bien acabar con los impuestos parafiscales es un aliciente para crear empleo, la actual reforma hace recaer ese hueco en los empleados, no en los dividendos. Aumenta la brecha entre capital y trabajo. En suma no les importa la concentración de la riqueza, no se percatan qué fue lo que llevó a Chávez al poder en Venezuela. Les basta con advertir con gesto solemne de los peligros del comunismo. Pero en el modelo económico adoptado están comprometidos con el sector de minería más que en el creativo, industrial y agrícola. Sembrar las ganancias de la minería no es su prioridad. Se apuntala el ethos rentista extractivo que llevó a la Venezuela de hoy. A Chávez le bastó cambiar el primer signo de la ecuación pero dejó la ecuación extractiva intacta. Hace asistencialismo de izquierda mientras el Adeco y el Copei lo hicieron de derecha. Ahora exigen que se preocupe de la otra mitad… mientras ellos ignoraron el índice gini que permitirá al populismo veinte años en el poder. Si el método analógico sirve de algo, ahí está.
Hacer una reforma tributaria con el Congreso más desprestigiado de este siglo es un experimento en desequilibrio político. Nada hay más voluble que la llamada opinión pública. Por mucho que la reforma no moleste al sector financiero dueño de los medios que la forjan, hay ahora una creciente desconfianza frente a esos medios. Y en consecuencia una disminución progresiva de su consumo. Los atropellos continuos de los bancos con intermediaciones altísimas, y los abusos del servicio de celular, suman agravios que en cualquier momento estallan. La concentración de la información que en Colombia va de la mano con la de la riqueza no garantiza la paz social. Pero cuando se oye el estallido, los primeros sorprendidos son los que forjaron su propio embuste.
Gravar tanto los salarios superiores a tres millones de pesos (1.500 dólares) mientras se exime a los dividendos es agrietar el andamio social. En el sector oficial es desanimar a los más capaces a trabajar en el Gobierno como se ve con toda claridad entre las nuevas generaciones de profesionales. Y en el sector privado son los mejores profesionales los que suelen decidir las inversiones futuras, su aporte en generar dividendos es decisiva. Empobrecerlos desde el Estado vía reforma tributaria avalada por un Congreso que según consta no suele leer las reformas, es una provocación innecesaria.
Sin duda esa medida va a producir un cambio. Me temo que es el de la fe en el Gobierno. Y a la larga, como en la Venezuela pre-Chávez, en la estabilidad del Estado.