Recuerdos del cura Camilo Torres
“Acertó en el diagnóstico pero se equivocó en la solución”
Lo conocí en mi temprana adolescencia, hace unos 55 años, cuando fue a conversar con Rodrigo, mi hermano mayor, en un apartamento del Bosque Izquierdo en Bogotá y lo acompañaba, si mi memoria no falla, Hernando Gómez Otálora. Pidió, lo noté con juvenil escándalo, un aguardiente, “uno solo de caña”. Hacía frío, llovía. El único motivo por el cual tenía interés en conocerlo se debía a que él era egresado del Liceo de Cervantes, en cuyo claustro del barrio El Retiro colgaba un retrato de su promoción que los curas agustinos, de filiación mayoritariamente franquista, nos ponderaron como dignos de imitación. Naturalmente con el tiempo el retrato fue removido. Espero que aún lo conserven así sea en el desván, pues hace parte de nuestra historia y según Tomás de Aquino, ni Dios mismo puede deshacer el pasado.
Los temas de la conversación de esa tarde lluviosa se me escapaban pero la seguía por el tono de las voces y el lenguaje de los cuerpos. Y me pareció menos enfático por su tono que el de sus más jóvenes contertulios que con el tiempo serían ministros de Estado. Camilo sacó su eterna pipa anillada a la mitad del cañón, quizás la única que usaba lo cual, entre paréntesis, lo descalifica como gran fumador de esa sofisticada tradición. Pero le gustaba, la necesitaba. Y esa misma pipa le permitió al ejército confirmar su muerte, en las montañas de Santander, unos años después.
Cuando con los años traté de entenderlo me impresionó un ensayo sociológico comparativo en el cual concluye que países como Chile y Brasil tendrán cambios favorables para el pueblo en un lapso menor al de Colombia. Decía como ponderado analista de Lovaina, que aquí la presión popular era moderada y la disposición de la dirigencia para el cambio social, muy poca. En consecuencia lo esperable sería un proceso más lento de distribución de ingresos que en otros países. Su lenguaje era aséptico, no muy rico, pero sin la retórica de sus posteriores discursos en los que abundaba la palabra “muerte”. Si se compara su teoría, su conocimiento en frío, con lo que luego hizo de irse al monte e intentar quitarle el fusil a un soldado en combate, se entiende todavía menos de lo que entendí en la conversación cuando era casi un niño. En todo caso acertó en el diagnóstico como pocos de los sociólogos de entonces, pero se equivocó en la solución como ningún otro. Y le costó la vida.