La respuesta de Occidente
“Humanidad, a evaluar costo del progreso”
La reunión cumbre sobre el medio ambiente en París, además del obvio simbolismo de enfrentar al terror justo en esa asolada ciudad, muestra que las potencias mundiales, incluyendo a China, al fin perciben una amenaza mayor en la callada contaminación planetaria. La asistencia del presidente Obama y las declaraciones del Secretario de Estado subrayan que el llamado progreso que se logra envenenando al paciente no es progreso alguno. Esta obviedad, que resulta una verdad de Perogrullo reiterada desde la década del sesenta por todos, demuestra que en este caso “todos” no es nadie. Y que los Estados son bastante lerdos en aceptar una realidad palmaria sólo tras medio siglo de atraso.
Colombia es una nación privilegiada en recursos de agua, elemento central de la crisis. Que según políticos como Nixon, que escribió un libro sobre el asunto, será la causa de guerras internacionales futuras. El agua como móvil ya se nota en el conflicto de Israel con sus vecinos, por ejemplo. La cumbre abordará el recalentamiento global (de cuyas consecuencias funestas algunos se mofan, tal el caso del magnate Trump) producto del uso excesivo de energías fósiles. Es decir, señala al petróleo y al carbón.
Colombia por supuesto es gran productora de carbón y si aquí la contaminación es menor a la del norte, no deja de ser cierto que ese carbón exportado es, en perspectiva global, parte del problema. Incluso si la variedad de nuestro tipo de carbón es por fortuna menos contaminante y resulta por tanto en ventaja comparativa. En otro medio siglo, como van las cosas, el petróleo y el carbón serán un anacronismo, y no sería raro que incluso estuviesen para entonces prohibidos o muy limitados.
Mientras tanto es difícil calcular cual ha sido el costo real para la humanidad de lo que se llama “progreso”. Y si ese progreso no se parecerá a quien consume su capital llamándolo “renta.” O a aquel que hipoteca su casa para pagar la tarjeta de crédito. Hoy el precio del petróleo sigue bajo por sobreoferta, entre otras debido a la producción de Irán que por sanciones tenía represada su comercialización. Las dificultades nuestras con la baja cotización de ese producto pueden ser una bendición disfrazada. Que nos obliga a consolidar alternativas energéticas. Esa bendición disfrazada no cobija a países como Venezuela, incapaz de desarrollar industria gracias a la maldición del oro negro. Maldición de la que curiosamente escribió Bolívar refiriéndose a la pobreza paradojal de aquellos lugares en donde abundaba el oro.