“Una realidad que hay que cambiar”
LAS DROGAS
Desde el exterior
SE ve a Colombia como la sola nación del hemisferio incapaz aún de crear un Estado participativo, incluyente. Se la ve como la única en la que un abultado sector ni siquiera reconoce la existencia del conflicto interno.
Hábiles en la semántica llamamos a un delito de lesa humanidad, a un homicidio continuado, con el frívolo eufemismo de “falsos positivos”. No se sabe muy bien cuántos fueron esos inocentes reclutados por el Ejército, durante el gobierno Uribe, para cobrar por los cadáveres. Se sabe que son más de tres mil y que por ellos recibieron unos doce mil millones de pesos, las brigadas involucradas en los asesinatos. El dinero del pago salió entre otras fuentes de la ayuda estadunidense y del Reino Unido para mayor vergüenza. A las advertencias internacionales que en su momento hicieron las Ong, el gobierno Uribe contestaba con insultos tachándolas de pro terroristas…
La economía de guerra beneficia a los proveedores de armamentos y vituallas. Es un mercado poco estudiado por peligrosas razones obvias. El sector financiero se nutre de ambos contendores. El de las armas, el de la droga, el de las vituallas. De los cinco mil millones anuales que se calcula reciben las Farc, el sector financiero mueve ese dinero y el de los demás, incluyendo el de la DEA. Incluyendo el de las ayudas extranjeras. Esto se da en un país con el tercer nivel mundial de concentración de la riqueza. Que si bien no es la causa única de la violencia como señalan puntillosos sociólogos, es concurrente con ella.
Sostiene a esa guerra de las drogas el consumo norteño. No es ya la URSS. Ni la mendicante Cuba, ni siquiera la complaciente Venezuela, es el mercado de Estados Unidos cuyos adictos trasladan su conflicto anímico íntimo y lo convierten en las matanzas de Colombia de los años ochenta y las de México ahora. Nos convierten en obligados policías externos de sus vicios internos. Pero los medios masivos a su servicio tipo CNN no los muestran como responsables. Concentran la noticia en México o en Colombia como corruptores de sus impolutos jóvenes. Al punto que esa ambientación mentirosa se ha convertido en caballo de batalla del racista Donald Trump, con magnífica acogida de parte de esa masa a la que la TV le ofrece una sobreoferta de estupidez que sin embargo no suple la demanda. Así nos ven en el exterior los desagradecidos adictos a sus proveedores. Y el tamaño de esa realidad es la que hay que cambiar.