Cuba y Washington
Los exiliados cubanos de La Florida ya no tienen el derecho a fijar la política internacional frente a la isla. Al normalizarse las relaciones, Washington rescata para sí ese privilegio perdido desde Kennedy. La tesis de Obama es un viraje respecto a la anacrónica de “América para los americanos” y acepta que “todos somos americanos”.
Ante el reto titánico de China y Rusia, optó por convocar a los países americanos cuya simpatía habían perdido. Cuba en los 60 levantó con razón la bandera anti-imperialista y ahora más de medio siglo después le quedaba incómodo seguir culpando, justo a Washington, por el fracaso del proyecto. El mentor de ese ensayo de “desarrollo” fue el Che Guevara quien, como ministro de finanzas, lucía la boina calada que sedujo a la juventud con halo de Dalai Lama armado y sex appeal, pero quien carecía de nociones de economía. Decidió así apuntalar la producción azucarera, vale decir apostarle al monocultivo. A la dependencia de un solo producto. Lo opuesto a lo que hizo Colombia que bregaba con éxito diversificar la producción industrial y no depender del café. Cuando en una reunión diplomática Carlos Lleras le preguntó al Che cómo iba la economía Cubana, este le respondió con desarmante candor “no hay error que no hayamos cometido”. Como no es libre aquel que se burla de sus cadenas, su proyecto apuntaló la estructura desigual. Todavía en los 70 los cubanos pedían a sus aliados les enviaran cortadores de caña a una zafra de las diez millones de toneladas que superaría las anteriores de la historia. Y los países afines, aprovechando el escenario, los felicitaron por ese disparate de largo aliento. Aunque la zafra fracasó, Fidel dio toda clase de razones en su magnífica retórica. Pero no se le ocurrió que el error era apuntalar un producto de bajo valor agregado. Quedaron así aún más dependientes de la URSS., que al colapsar en los 90, dejó a la isla en una hambruna a la que aluden escritores cubanos como Padura en la recomendable novela El hombre que amaba a los perros. Tardaron décadas en reconocer lo obvio, hoy la zafra no llega a dos millones de toneladas. Con el advenimiento del populismo chavista y el auge del precio del petróleo, Venezuela les brindó ayuda. El paliativo para el buen observador dejaba entrever una faceta mendicante, como la de Nicaragua. Chávez además se daba el gusto de recordarle a Washington que él les vendía casi el 14% del crudo de forma diez veces más expedita que los árabes. Pero igual dependía de un solo producto. EE.UU. respondió con tecnología de punta y explotó su propio petróleo. El barril hoy está a la mitad del precio. Venezuela se quebró, en Rusia cayó el rublo, puso en aprietos a los países árabes y de pasada hizo que la familia Castro pidiera al Vaticano servir de mediador. Esa conexión es aún hoy, clave de la política internacional cubana instaurada por el diplomático Carlos Lechuga, emparentado con los Castro y luego su vocero ante el Papa. Me permito está anécdota ocurrida con él en los años 70 en Ginebra, Suiza. El hábil embajador Lechuga, nos embromaba con su endiablado humor caribeño a quienes coincidíamos a la hora de votar en la ONU, con Washington. Una vez un grupo de diplomáticos salimos a almorzar a un afamado restaurante y al entrar vimos al satisfecho embajador Lechuga haciendo volutas con el humo de un finísimo tabaco cubano. Esto dio pie a que lo saludáramos así: “Buenas tardes compañero obrero”. Soltó equitativamente la risa. Paz en su tumba. Hay que reconocer que su anti-imperialismo nos sirvió más a nosotros que a los cubanos.