IMPUNIDAD
La Comisión de Acusación
Prevista en la Constitución para juzgar al Presidente perdió legitimidad al absolver, o sería mejor decir al perdonar a Ernesto Samper quien fuera electo con una generosa subvención del narcotráfico en 1994. Esa Comisión nunca ha condenado a nadie ni presumiblemente lo hará. Se la conoce como la Comisión de absoluciones de la Cámara.
Y es elemental que los presidentes no son inimputables excepto de hecho en Colombia. En Perú, por ejemplo, Fujimori sigue preso por hechos menos graves que los dos mil asesinatos que aquí se conocen con el infeliz eufemismo de “falsos positivos”, ocurridos durante el gobierno Uribe quien es reconocido por propios y extraños como un mago de la micro-gerencia.
Expresidentes como Rafael Calderón de Costa Rica, condenado por delitos de corrupción, fue detenido. Otro tanto ocurrió en Argentina con Carlos Menem, y en países de instituciones poco consolidadas como Nicaragua, José Arnoldo Alemán fue condenado a veinte años de cárcel.
En México, Salinas de Gortari y su hermano fueron procesados por la leve contravención de asesinato. Absueltos debieron al menos probar su inocencia así como la de no haberse enriquecido ilícitamente. Algunos caritativos diplomáticos comparaban a Salinas con Tarzán en el sentido de que ambos estaban rodeados de animales, pero la diferencia, aclaraban, era que a Tarzán le hacían caso…
Incluso en Venezuela Carlos Andrés Pérez fue condenado por peculado y malversación de dineros públicos, a Miami se voló y obtuvo comprensivo asilo de un State Department que no calibra bien los resentimientos que incuba y no solo en Cuba.
Pero en Colombia el sistema de acusaciones contra los presidentes no funciona y los crímenes de Estado que la historia registra carecen de una instancia creíble en donde ser debatidos. Apenas quedan opiniones difusas y manipuladas de acuerdo con la conveniencia de los intereses políticos del momento. Tal como el twitter del presidente Santos exaltando la trasparencia, probidad, rectitud, entereza, de Ernesto Samper y utiliza ocho mil adjetivos encomiásticos del valor ético del elefante. Lo que nos recuerda el adagio francés “quien se explica se acusa”. O los tuits de Uribe calificando a Santos de castro-comunista, lo que no alcanza la categoría de la estupidez plausible.
Sin instancia creíble y competente para juzgar al Presidente, el miope establecimiento perdido en la inmediatez prepara la impunidad para futuros gobernantes que quizá ya no sean de sus afectos.