ABDICACIÓN DE JUAN CARLOS DE BORBÓN
El toro, el rey y el elefante
“Nueva sensibilidad aborrece violencia contra los animales”
AL abdicar el rey de España se hizo notorio que el tiempo lo había desfasado. No sólo por los negociados de su familia inmediata, ni por su fama de don juan, ante la cual se quitaba el sombrero el notable compositor Joaquín Sabina, popular cantante que se burlaba de quienes a principio del siglo predecían la crisis española de hoy. “¿La crisis? ¿Dónde está la crisis?” Retaba en sus escenarios repletos de audiencia. Todo esto mientras la discreta y previsiva canciller alemana, la señora Merkel, les sugería mermarle a las tapas y al bailao flamenco, por si las moscas. Pero es posible que ese consejo revele más del prolijo carácter germano que del festivo ánimo español.
Ya en plena crisis, y cuando en Barcelona los jóvenes defensores de los animales habían logrado la prohibición de las corridas de toros, el rey Juan Carlos creyó oportuno matar elefantes en un safari y hacerse retratar a lo Hemingway, junto al destrozado cuerpo del indefenso animal. Fue algo brutal para jóvenes habituados al tacto de las pantallas recibir ese disparo de rifle de alto calibre en sus desacostumbrados rostros. Y en esa desigual batalla ellos se pusieron de parte del elefante. Ante la reacción suscitada, don Juan Carlos se disculpó, que no volvería a ocurrir dijo. Luego muy orondo se fue a Rusia a cazar osos. Como no los hallaba, su amigo el premier Putin, emborracho a una mascota del zoológico local para que el borbónico monarca pudiera demostrar su valor en descampado, rematándolo a balazos. La imagen del fotogénico rey se vino a pique. El adormecido sentimiento republicano tomó inusitada fuerza.
La nueva sensibilidad aborrece la violencia en general, y en particular la que se ejerce contra los animales. Ha sido expuesta en su tierna infancia a dibujos animados en los que los animales son sus amigos, sus héroes o sus mártires. Vale decir hay ya varias generaciones criados en esa premisa. No es posible entenderlas sin ver esos cartoons que forjaron sus emociones. A los admiradores de Bambí no les gustan los rifles de alto calibre en el bosque… Hoy es vano decirle a un joven que su compasión por el toro de lidia acabara con todo el linaje de esos toros de casta si se prohiben las corridas. No es un asunto de razón sino de sensibilidad que le impide ver el arte, la fiesta y el ritual de la muerte en una corrida. En consecuencia solo quedan ocho países de los doscientos del planeta, que aun gozan de la fiesta brava. Y de esos ocho hay restricciones en Bogotá y en Barcelona, nada menos. Sea de ello lo que fuere el ex monarca español que alguna vez salvó a la democracia de un golpe franquista, aparece hoy ante los jóvenes como un feroz matador de elefantes.