Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Junio de 2015

 

“El repentino fallecimiento de un maestro genial”

TALENTO SECRETO

El ajedrez

Falleció  tan de súbito el maestro internacional Óscar Castro que esa rapidez parecía obra de  una de sus fulminantes y letales combinaciones en el tablero. Lo que más le importaba era la belleza del juego y luego ganar si se podía, en ese orden de prioridades. También fue bohemio, como el gran maestro ruso Alekhin, que sin embargo destronó al cubano Capablanca quien a su turno pretendió proponer aumentarle fichas al juego para hacerlo más complejo, lo que sin duda enojo a la diosa Casia. La literatura abunda en historias sobre el juego ciencia, juego que de suyo es una fuente de anécdotas entre sus a veces extravagantes cultivadores. Y esto es una curiosidad estadística el número de trastornados mentales que ha habido en la historia de los grandes maestros.

Fue el caso de Morphy quien a los 21 años se graduó de abogado y de niño prodigio continuó su racha de victorias en la madurez. Él tenía la costumbre de fijar los ojos en el tablero y sólo los levantaba cuando el oponente estaba perdido, mirándolo con curiosidad como si lo acabara de ver. Esta anécdota la retoma Ian Fleming en su novela Desde Rusia con amor, en la que un campeón ruso es el encargado de diseñar el plan para acabar con James Bond, cosa que por demás logra. Aunque luego el autor lo revive por imperativos comerciales. También Stefan Zweig revive la relación entre locura y ajedrez pero basado en una historia real de un desconocido que llegó por sus propios medios, estudiando en una cárcel las partidas de los campeones, a convertirse en uno. Tal vez Zweig conoció la historia del gran maestro alemán Emanuel Lasker, doctor en matemáticas y campeón también del juego de damas, que se varó en un tren en un caserío de los Alpes. Bajó mientras arreglaban la máquina y vio  personas jugando, uno de ellos lo convidó. Y le ganó la partida. Lasker pidió revancha. En la segunda, cuando estaba enfrascado en una situación muy compleja, pitó el tren. En el tren rehízo de memoria la situación y se dio cuenta de que si se hubiese quedado también la habría perdido o, a lo sumo, habría hecho tablas. Desconcertado al llegar a su destino intentó en vano saber quién había sido su contrincante desconocido que había derrotado sin saberlo al invicto campeón del mundo. Solo mucho después Capablanca fue capaz de derrotarlo. Hay talentos ocultos en todas las disciplinas pero en ajedrez por algún motivo se evidencian genialidades de seres solitarios que de súbito se dejan conocer.

Óscar Castro fue un caso así. A veces en las competencias quedaba entre los últimos, pero en el momento de enfrentar al líder, le ganaba en una partida que luego se convertía en motivo de estudio y pasaba a los libros por su brillantez. Un maestro sueco lo subestimó al saberlo solo maestro y no gran maestro, y en la partida sacrificó un caballo. Pues bien no solo perdió sino que esta quedó catalogada como la mejor partida de la competencia. Y para el que le guste ese pasatiempo la puede consultar en  los libros de otro maestro y amigo, Boris De Greiff.  En ella podrá ver como Óscar le da la lección de su vida al sueco y sacrifica a su turno nada menos que la dama dejándolo en una posición imposible. Una lástima este deceso, pero queda su memoria, y una cierta perplejidad respecto a su talento secreto.