Un diagnóstico tribal
Las reuniones sociales en Bogotá se convierten en pugna de barras bravas cuando se habla de política. El sector dirigente está dividido, irritado, con un lenguaje descomedido que no augura nada bueno. La fluidez democrática esencial para el equilibrio está reprimida por la anterior reelección y la que viene. Dieciséis años en manos de dos presidentes. El equivalente a un Frente Nacional. Por si esto fuera poco los familiares de los expresidentes represan aún más los cargos de elección popular en un nepotismo tribal principesco y endogámico. Uno de los líderes del siglo pasado dejó varios hijos nepóticos, ellos dicen que los votos heredados alcanzan para su familia, como si los electores fueran semovientes. En eso terminó el galanismo moralista y acusador de fines de siglo.
El cambio generacional está pues represado, concentrado. Los partidos han dejado de existir como puentes entre un proyecto político y su ejecución. Son empresas electorales a corto plazo de presupuestos multimillonarios y a veces desembozadamente con nombre propio del dueño de la firma.
Hay un desfase, una brecha abismal, entre los jóvenes conectados a la Red y unos entes electorales tribales, semisalvajes. Una brecha entre la apertura del país a la economía mundial y el caudillismo pre-urbano o la endogamia tribal de los hijos de papi dirigiendo partidos históricos.
En los premios Simón Bolívar el presidente Santos anotó que la prensa había pasado a ser más de denuncia que de información. Al menos ese es el énfasis actual. Los noticieros de TV son poco más que reporteros de crímenes, voceros alharaquientos de una estación de policía. Pero los columnistas tienen la obligación de discernir entre millones de datos y eso fue justamente lo que lograron los periodistas premiados. Es probable que la influencia real del periodismo sea moderada para cambiar, por ejemplo, el tribalismo, la corrupción, la hiperconcentración de la riqueza.
A la sociedad le cuesta trabajo levantarse por las orejas. Pero tal vez los acuerdos internacionales, la aspiración de ser aceptados en la OCDE, la sujeción a normas de transparencia universales, la aceptación de los fallos supranacionales, lleven a que el país logre con ayuda exterior lo que aún no consigue por sus propios medios.
Los premios Simón Bolívar a un periodismo libre se otorgaron a crónicas sobre destrucción ambiental minera, de ganadería extensiva, y contaminación de transnacionales. Testimonios sobre corrupción de la justicia, persecución política contra empleados electos, desfalcos, chuzadas. Y comentaristas como Daniel Coronell recibieron reconocimiento por la veracidad de sus acusaciones. Pero a la hora del coctel se evidenció la pugna de barras bravas que divide a la sociedad.