De los vivos y los muertos
El promedio anual de asesinatos en Colombia en el último medio siglo es uno de los más altos de América, según el último estudio. Sin embargo, varios directores del DANE fueron removidos durante el gobierno Uribe por hacer “terrorismo” con las cifras de inseguridad. Cuando en realidad sus estimativos se quedaban cortos.
Se debía a mala información y deseo de agradar al Presidente que insistía empero que las cifras estaban politizadas. En su momento anoté que al número de muertos había que sumarle la cifra de personas desaparecidas. Cifra que en más de un 98% estaba contando difuntos. Pero no lo hicieron. Ahora con las nuevas investigaciones, se nota. Durante el gobierno de Samper desaparecía una persona al día. Durante el cuatrienio de Pastrana subió a dos. En los ocho años de Uribe desaparecían once colombianos cada día. La popularidad de este último abre un signo de interrogación.
Los Papas desde Juan XXIII han sostenido, por ejemplo, que el pueblo colombiano está enfermo. Pero el reclutamiento de gentes necesitadas, asesinadas y luego presentadas como bajas causadas al terrorismo, durante esa presidencia es un real aporte planificado a la brutalidad universal.
Si matar es un crimen es curioso que matar mucho sea un atenuante. Es la lógica de los pueblos que erigen estatuas a quienes han propiciado la muerte de los suyos. Lógica amarillista y crematística de History Channel pero es una premisa falsa.
Tras de gobiernos que tenían vínculos con el narco como el de Samper, o con los paramilitares está la “estructura ausente” que la hace posible. La adicción estadinense a los estupefacientes en todos sus colores, sabores y formas. Que sean adictos pasa. Pero que pretendan que los demás países son los culpables de su genética sí es un disparate y un crimen.
Sin embargo, esa estructura sigue ausente en CNN o en la revista Time. EE.UU. no aparece en esas noticias. Los muertos lo son con armas y municiones producidas por las compañías Smith y Wessen, Remington, Colt, Winchester. Germán Castro Caycedo alcanzó a entrevistar a Pablo Escobar sobre este punto. El capo le contesto: “métase una cosa en la cabeza: los colombianos no mueren con más de cinco o seis tipos de balas. Le cuento que todas son fabricadas en los Estados Unidos, compradas allí legalmente y, eso sí, traídas aquí de contrabando. Y se consigue fácil. ¿Oiga?”
EE.UU. se guía por el dinero, el consumo, la libertad individual y hedonismo. Pero viene de una tradición protestante y en parte, puritana. No logra superar la disyuntiva. Fomenta el consumo y luego lo combate. Es el caso del alcohol, el cigarrillo, la marihuana y ahora de la coca. Su guerra a la coca no se explica sólo por motivos de salud ya que sus índices de muertes son menores que el alcohol o el tabaco. Las muertes causadas por la ingestión de cocaína son mucho menores que la represión de su tráfico. Pero es que el grueso de los muertos no es estadinense sino “hispanics” Y por sobre todo, la coca no se produce allá. Esa doble moral estadinense apenas se compara con la guerra del opio que Inglaterra desató en el siglo XIX contra China para obligarla a consumir, alegando leyes de libre comercio.
Es otra historia de vivos y muertos.