La polarización es el signo de la política de hoy. La ideologización amigo/enemigo se ha convertido en el estereotipo de los debates, agudizándose la confrontación personal y la menor profundidad analítica sobre ideas y modelos de desarrollo.
¿Cómo explicar que aún con pandemia la humanidad se empeñe en la guerra?
Escenarios de incertidumbre y miedo, en los que se agudizan la pobreza y la inequidad, desgastan los gobiernos democráticos y facilitan el populismo y la autocracia.
Ganar las elecciones no basta para gobernar con democracia; se trata de ser capaces de construir liderazgos sociales convocantes, en torno a propósitos comunes.
Adela Cortina recuerda un postulado cardinal en esta materia: “Concebir la política como el juego de la guerra entre enemigos irreconciliables y contribuir a la polarización de la sociedad es lo más contrario a la busca del bien común, que es la meta por la que la política cobra legitimidad”.
Hoy los gobiernos antes que gobernar tienen por tarea mantenerse, en tanto los políticos, antes que enamorar, persiguen incendiar. Se diluye el propósito del bien común en encarnizadas polémicas, muchas veces estériles, mientras la gente sigue sola en su camino cotidiano por subsistir.
En el panorama electoral nacional se echan de menos liderazgos consolidados y voces capaces de animar un proyecto común. Prevalece la confusión en el electorado por la congestión de aspiraciones, algunas de las cuales podrían haberse encauzado al Senado. La dispersión sugiere el mismo rumbo electoral de Perú y Costa Rica.
¿Podrá la Coalición de la Esperanza superar sus desencuentros y plantear una opción creíble? ¿Será capaz el Equipo Colombia de no agotar la consulta como una carrera parlamentaria y regional? ¿Logrará el Pacto Histórico que esta elección no sea un acto protocolario de refrendación? ¿Cuánto impactarán decisiones judiciales o de órganos de control en las elecciones?
Mientras se surten las consultas interpartidistas, confundidas con una primera vuelta presidencial, el Centro Democrático se aprecia autista y el partido Liberal se conforma con ser aliado clave para las presidenciales. En tanto, sobrevive una candidatura en solitario, que parecía inviable y que recoge el voto de sectores no representados, con capacidad de crecimiento y con tiempo suficiente para ampliar sus bases, que además no se contará en las elecciones parlamentarias para mantenerse como una ilusión política, que podría convertirse en fuerza determinante para los comicios de mayo.
Es previsible, además, que en las elecciones parlamentarias todo cambie para que no cambie nada, pues aunque haya rotación de personas, los bloques políticos se mantengan y los partidos conserven sus posiciones actuales. Del olvidado debate de Congreso, los únicos fenómenos que se perciben interesantes son el posicionamiento de la bancada del Pacto Histórico y la expectativa del Nuevo Liberalismo.
Resulta imprescindible que la ciudadanía se interese por la votación de Congreso, para mejorar la representatividad y superar el triunfo de las clientelas, que es recurrente en este escenario. La gobernabilidad política del nuevo gobierno es asunto quizá tan importante como la elección presidencial.
Más allá de las encuestas y proyecciones, el llamado principal a los candidatos es a que desplieguen por el bien del país un liderazgo aglutinador y futurista. Que sean capaces de animar un proyecto común y construir sentimientos de sociedad diferentes a los que solo nos unen por ir al mundial de fútbol. Propuestas innovadoras, respeto por las diferencias y potenciación de la diversidad, como elementos que con diálogo social puedan hacer que las próximas elecciones no sean un salto al vacío, sino un paso de fortalecimiento democrático. El tiempo se acaba.