MARTA LUCÍA RAMÍREZ | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Agosto de 2013

Sin industria, el país no progresará

 

Las proyecciones de ANIF, sobre posibles resultados para el PIB del sector industrial en 2013 cercanos al -0,9%, son reflejo de falta de una política industrial organizada y orientada al repunte efectivo y competitivo de las actividades fabriles.

Entre sus argumentos se encuentran algunas observaciones que he venido anunciando en los últimos años: los costos de producción, relacionados con falta de formación idónea para las necesidades de la industria, los costos de la energía, problemas en la articulación de la cadena de valor, falta de identificación de las potencialidades de cada una de las regiones con vocación exportadora, el aseguramiento de una política de compras estatales, entre otras preocupantes aristas. El paso con el que se mueve la producción manufacturera es señal de que la inserción de la esfera pública dentro de la economía no ha favorecido el buen desarrollo del sector, y lo ha dejado a merced de las grandes industrias extranjeras, la revaluación, y la transformación de las empresas hacia actividades de comercialización, como el reciente caso de Icollantas.

Por un lado, la  Encuesta de Opinión Industrial Conjunta (EOIC) de la ANDI y otros gremios, muestra que la producción industrial decreció en los primeros seis meses, 1,1%, y los últimos datos de empleo revelan que hasta el mes de junio se han destruido 145.000 puestos de trabajo, respecto al mismo período del año anterior. El primer semestre de 2012 generó 2,68 millones de plazas frente a 2,53 millones, en la actualidad. La industria es una gran fuente de demanda de mano de obra y con necesidades de profesionales, técnicos y tecnólogos en todos los niveles, por lo que considero que estimular la industria va de la mano con una política de empleo de calidad, de largo plazo y de alta preparación desde el sector educativo.

 La preocupación de que se pierdan puestos de trabajo crece cuando en el país la tasa de desempleo juvenil es del 16,5%, donde servicios de comercio, restaurantes y hoteles son los que mayor cantidad de jóvenes absorben. Si bien, estas actividades son importantes en la economía, su contribución al valor agregado es baja y no genera los incentivos propicios para que la población entre 14 a 28 se eduque en disciplinas como las ingenierías, las artes, las ciencias -sociales y exactas- y ayuden a llevar a Colombia hacia la frontera del conocimiento, para que se elimine la brecha existente entre países como Estados Unidos, los de la Unión Europea y Canadá, que son justamente con los que tenemos acuerdos de libre comercio. La tarea de la inserción a los mercados internacionales no puede completarse si no se cuenta con un aparato productivo con altos niveles de inversión en innovación, ciencia y tecnología, un sistema educativo con estándares de calidad, equitativo y de financiación apropiada.

Los jóvenes colombianos merecen ser el centro de nuestras políticas pues es a ellos que las consecuencias de nuestras medidas los afectarán en el largo plazo, y de igual forma, son los que tomarán las riendas de la nación. Espero, así, trabajar de la mano de ellos para invertir en satisfacer sus necesidades personales de superación, de educación, de trabajo, de una vida digna para ellos y sus familias, y es por eso que apostarle a la industria y a la agroindustria ofrecerá la oportunidad de oro para que Colombia alcance las grandes ligas de los países desarrollados.

 Estoy convencida que el futuro económico será halagüeño si impulsamos tanto minería e hidrocarburos como agricultura, hotelería, servicios médicos o de consultoría. Sé por supuesto que nuestro futuro no es solo de manufacturas, pero también sé que sin ellas, el país no progresará.