Mario González Vargas | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Febrero de 2016
Por una opción conservadora
 
 
En pasada reunión en la Casa de Nariño, el presidente Santos extendió partida de defunción a la Unidad Nacional y protocolizó registro de nacimiento de la Unidad por la Paz, con la esperanza de que los fracasos que llevaron a la muerte de la primera fueran sustituidos por las ilusiones que pudiera despertar la nueva alianza. Se trataba de celebrar a la vez fallecimiento y resurrección, con el acompañamiento ya no solo de los acongojados padrinos del acontecimiento luctuoso, sino también de otros animados y ansiosos partidos, dispuestos a gozar de los gajes y prebendas que dispensa un poder cada día más huérfano de respaldo ciudadano, pero generoso en la retribución de apoyos y adhesiones.
 
El presidente del conservatismo, sin mandato alguno que lo habilitara, pretende protocolizar el apoyo a una gestión política, económica y social desastrosa y a una negociación de paz signada por el temor y la incertidumbre que generan las reiteradas concesiones unilaterales a una guerrilla envalentonada por la debilidad que percibe en la contraparte. 
 
Nadie entiende que en medio del naufragio, el partido conservador haga suyos el colapso de la salud que nos acongoja, la crisis de la justicia que conculca derechos, el desastre ecológico que nos amenaza, la fallida gestión económica que nos empobrece, la corrupción rampante que nos vapulea, la inseguridad generalizada que nos atemoriza y la probable e intolerable pérdida de soberanía sobre nuestros mares y plataformas marítimas que se avecina.
 
Nadie tampoco comprende el compromiso incondicional con una negociación cada vez más cercana a la claudicación, ante una guerrilla revitalizada por las venias del Gobierno, prepotente y determinada a ganar en La Habana lo que no logró con el uso criminal de las armas. 
 
El conservatismo, en lugar del humillante acto de vasallaje, debería responder a las legítimas preocupaciones de la ciudadanía y no sacrificar sus opciones de poder por una incomprensible adhesión a lo que hoy se percibe como una catástrofe inminente auspiciada por los partidos de la Unidad Nacional. 
 
Una decisión de estos alcances no le corresponde al presidente del partido, ni es competencia de una directiva con vigencia caducada, sino a la Convención Nacional, para que sea representativa del sentir de los conservadores y tenga la fortaleza y la vocación suficientes para convocar a la mayoría de los colombianos. Eso manda el estatuto del partido que es ley de la República y, por lo mismo, de obligatorio cumplimiento. Conviene recordarlo.