Selva, magia, ritos y chamanes
Alejandro Ramírez Rojas tomó el podio para dirigir. La electricidad en el ambiente era palpable. La alegría explosiva. El escenario se colmó de colores con la proyección de inmensos lienzos de Carlos Jacanamijoy, como telón de fondo, realzados por gotas de luz, delicadas neblinas y translúcidas lluvias. La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia fue desenvolviendo la nueva creación con maestría.
Era el jueves 26 de febrero y estábamos en el recién renovado Teatro Colón de Bogotá llenos de ansiedad y compromiso. Seríamos testigos de un alumbramiento. Hoy la Sinfónica estrenaba la obra Selva, magia, ritos y chamanes, de Alejandro Ramírez Rojas, compositor colombiano de reconocida maestría. Su inspiración, los cuadros de otro colombiano, orgulloso hijo de la tribu Inga, Carlos Jacanamijoy, destacado maestro del arte pictórico.
En pocos momentos nos quedó claro que había ocurrido uno de esos asombrosos y escasos encuentros de deslumbrantes resultados. Un cruce astral entre dos creadores que respiran, sueñan y viven en función de sus artes. Dos mentes y dos voluntades capaces de crear historia en el pentagrama o en el lienzo.
La temática de una selva viva, ardiente, húmeda o en ocasiones somnolienta, iluminada de luna y misteriosa; siempre plena de sonidos y preñada de luces, se fue transformando en las notas de timbales, violines y flautas, en el sonido de cada instrumento de una orquesta enamorada de una música que arraiga en los orígenes de su patria.
El compositor, con cada uno de los ocho movimientos de su obra, inspirados por ocho cuadros diferentes de Jacanamijoy, fue invocando, pinceladas, trazos y texturas. De cada color y cada sombra germinó una nota.
Ramírez Rojas logró con Selva, magia, ritos y chamanes, transportarnos al corazón mismo del Putumayo, a sus verdes, amarillos, azules y naranjas; a sus aguas, lianas, árboles, micos y guacamayas.
Quería con su composición acompañar el diario devenir de un chamán de la cultura Inga; desde el amanecer con el primer movimiento, “Algarabía”, hasta “El grito de la noche”, último movimiento de su obra. Deseaba de esta manera hacer honor a las raíces de Jacanamijoy.
El compositor manifestó: “Siempre me he sentido comprometido con aquello que, hasta no hace mucho, nuestro país parecía ignorar a propósito”. Y, qué bien que lo logró. Esta obra será mensajera de esa cultura que muchos desconocen.
Es interesante cuán semejantes fueron las fuerzas que impulsaron a Ramírez Rojas y a Jacanamijoy. Oyéndoles contar sus historias es claro que ambos escogieron su camino desde muy jóvenes.
‘Jaca’, como le dicen sus amigos, cuenta que allá en su pueblo, en el valle de Sibundoy, cuando niño, solo quería pintar. Y lo hacía con lo que tuviera a su alcance, así fuera pintura de vinilo, para colorear paredes.
Por su parte, Ramírez Rojas siempre deseó crear y no tardó en comprender que su camino era la música, dónde no ha cesado de ganar galardones.
Estos dos maestros en sus artes, hombres de una sencillez abrumadora, amigos que se admiran, nos han dado algo mágico. Selva, magia, ritos y chamanes, debe trascender nuestras fronteras y ser embajadora de la belleza de Colombia y el talento de Alejandro Ramírez Rojas y Carlos Jacanamijoy.