María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Noviembre de 2014

Cuando llega un hijo adoptado

 

¡Legó Benjamín! Un mensaje de solo dos palabas que transmite un universo de emoción. Dos palabras para darnos a conocer la llegada de un niño muy deseado. Todos esperábamos su arribo hace más de dos años; desde que sus nuevos padres, después de concienzudas reflexiones, iniciaron los trámites para adoptar un niño o una niña, lo que la agencia de adopción les ofreciera.

Hoy, sus padres, abuelos, tíos, primos y amigos le damos la bienvenida al nuevo miembro de esta familia. Yo, amiga desde niña de la abuela, me regocijo con ella y con todos los que lo esperábamos, todos los que los hemos acompañado cada día, cada minuto, cada altibajo de su espera. ¡Bienvenido, chiquito!

El arribo de un hijo adoptado es profundamente emocionante. Muchas veces, los nuevos padres han pasado por años de dolorosas pruebas y pérdidas: abortos espontáneos, difíciles y costosos tratamientos de fertilidad, años de angustia, incertidumbre y frustración, además de trámites y trámites para lograr la adopción. Es por eso que esa llamada avisando: “Ya pueden venir, ¡aquí les tenemos a su hijo!”, es una de las llamadas más emocionantes que ellos escucharán en sus vidas.

El pasado 22 de noviembre, “Día de la Adopción”, en Miami muchas parejas recibieron conmovidas la llegada de niños “especiales” a sus hogares. Algunos de estos niños tienen problemas serios de salud, otros han sido terriblemente maltratados y llegan llenos de heridas físicas y mentales.

Adoptar nunca es fácil, al igual que criar un hijo propio, criar un hijo adoptado es un proyecto para toda la vida. Para bien o para mal, en los buenos y los malos momentos, hasta el fin de sus días esos padres deberán responder por ese hijo.

En el Miami Herald leí una bella historia sobre una pareja, los Sasiains, quienes han adoptado a 5 niños con diferentes problemas; dos de ellos hijos de una madre esquizofrénica, otro que llegó a ellos con daño cerebral, costillas rotas y marcas de mordiscos en todo el cuerpo. Dicen los Sasiains que sus hijos saben que, “aunque no crecieron en el vientre de su madre adoptiva, ellos crecieron en el corazón de sus padres”.

Cada adopción es un milagro de amor, paciencia y comprensión. Una familia que abre su corazón y su casa a un niño, así sea un recién nacido en perfecto estado o un chiquito con alguna deficiencia o problema, da el mayor regalo que puede dar un ser humano, un regalo que cada día se renovará, la protección de un hogar que quizá de otra manera ese niño jamás hubiera tenido.

He tenido la suerte de conocer y ver crecer a niños y niñas adoptados; son el mayor tesoro de sus familias. Hijos muy deseados y muy amados. Es simpático ver cómo muchas veces, con el tiempo, se van pareciendo físicamente a sus padres, quizá porque adquieren sus gestos y ademanes. En nada se diferencian de los hijos biológicos.

¡Bienvenido Benjamín, todos te esperábamos! ¡Cuántas bendiciones traerás bajo el brazo!