Petra, ciudad multicolor
Despues de estar oculta por quinientos años, en 1819 Johann Ludwig Burckhardt, un aventurero de origen suizo, haciéndose pasar por intelectual islámico, redescubrió a Petra, la capital del pueblo nabateo, centro de convergencia de caravanas de camellos que trasportaban especies de la India, sedas de China y esencias de Arabia, sobre todo incienso y mirra, productos más valiosos que el oro, en los tiempos helenísticos de gloria de esta ciudad.
Burckhardt, gran conocedor de la historia de los países del Oriente Medio y de Egipto, dedicó 3 años de su vida a estudiar el islam, sus costumbres y el idioma árabe, que llegó a dominar perfectamente. Fue así como encontró a Petra, basándose en mapas y leyendas antiguas que mencionaban una ciudad habitada desde tiempos prehistóricos, localizada entre el Mar Negro y el Mar Rojo, en lo que hoy es Jordania, en un cruce de caminos de caravanas de comerciantes egipcios, árabes y fenicios. Su astucia, insistencia y conocimientos lo convirtieron en el primer hombre europeo en ver, después de varios siglos, a esta inexpugnable ciudad fortaleza, construida por los nabateos en piedra caliza de los más hermosos colores.
Se entra a Petra a pie por una estrecha garganta rocosa labrada por la naturaleza, de 900 metros de longitud. A cada paso se descubren restos de relieves de camellos, hombres y dioses, cincelados hace siglos para dar la bienvenida a las ricas caravanas. También se observan los canales de entrada del agua llovida desde los depósitos. Al final de la garganta, desde el punto más estrecho, se alcanza a divisar, en todo su esplendor, “El Tesoro”, una de las más hermosas tumbas talladas en la rojiza roca de la ciudad.
Petra nos deslumbra por su belleza. El elaborado detalle de cada una de sus tumbas y templos, las gamas de colores de las rocas donde fueron tallados: rojos intensos, rosas, amarillos, lilas, azules, grises y ocres. El inteligente manejo que dieron los nabateos a las escasas aguas con que contaban en pleno desierto, las cisternas, canales y depósitos. La organización del comercio y las defensas de la ciudad. Y, las ruinas de otras civilizaciones que la habitaron, la romana y la bizantina, posteriores a la nabatea. Todas dejaron aquí su huella, todas la embellecieron.
Esta ciudad justifica mínimo un día, mejor dos o tres de visita. Recomiendo visitarla en los meses de octubre a mayo, pues durante el verano la temperatura puede fácilmente llegar a los 50 grados. Es buena idea llevar zapatos cómodos, la caminada es larga y polvorienta, recuerden esto es desierto.
Desde “El Tesoro” hay otros 3 Km. para recorrer. Hay camellos, burros, caballos y coches para alquilar, todos administrados por beduinos, tribu que por los últimos siglos vivió entre los templos y cuevas de la ciudad. Hay un buen restaurante y los beduinos venden agua, café, gaseosas y algo de comida. Estas gentes son muy amables e informadas sobre la historia de Petra, vale la pena entablar conversaciones con ellos.