Entre laxitud y autoridad
El debate sobre qué hacer con los conductores ebrios continúa. Este fin de semana en la capital de la República se realizaron cerca de 40 retenes móviles en toda la ciudad para sorprender a choferes pasados de tragos. Y de nuevo Bogotá se rajó, al menos en lo que respecta al comportamiento de sus ciudadanos/as.
Somos un pueblo demasiado laxo. No nos gusta el orden, ni reglas, ni leyes. Pero nos quejamos de su ausencia. Buscamos la forma de evadir nuestra responsabilidad justificando lo que no tiene excusa, refugiándonos en el comportamiento de los otros y achacándoles la responsabilidad de nuestros actos.
Día a día estamos en el debate acerca de cómo modificar nuestras acciones y procederes como sociedad, qué hacer con los conductores ebrios, la corrupción, el consumo de drogas, la violencia y hasta incluso las negociaciones de paz en La Habana. Todo al final de cuentas se centra en qué tipo de modelo utilizar para darles solución a los problemas sociales de esta patria.
Para algunos, el tema se centra en un mayor control de la autoridad, bajo la premisa de que es muy poco probable que la gente se autorregule y tienda a ser más respetuosa de las reglas. Es decir, dado un comportamiento egoísta, se hace necesaria la presencia de la autoridad como una manera de recordarnos que vivimos en sociedad y que nos debemos a unos acuerdos de convivencia.
Otros, por el contario, creen que el asunto se debe trabajar desde el origen de las personas, es decir, en el tipo de educación que se brinda en los colegios y hogares que es en donde se crean los horrores y aciertos de los/as ciudadanos/as del futuro.
Yo me inscribo en el segundo grupo porque creo en la capacidad de renovación y cambio del ser humano. Me cuesta trabajo creer que no sea posible que las personas modifiquen sus comportamientos cuando estos los afectan en sus haberes y procederes. Pero también debo reconocer que como país dejamos mucho qué desear y es ahí donde las propuestas más autoritarias, a mi pesar, tienen el espacio para regular nuestros comportamientos, porque en nuestra realidad colectiva estamos hastiados del desorden, el incumplimiento y el saqueo a nuestra dignidad como ciudadanos/as, y por esta indefensión en la que quedamos, solo podemos recurrir a la autoridad para que nos defienda. Aunque a la autoridad también le quede grande la solución de nuestras dificultades como sociedad.