Frente a la actual crisis nacional no queda de otra, levantar cabeza y no perder el rumbo. Seguimos adelante o se nos derrumba el país.
Es realismo. La nación pasa hoy una mala racha. Un sentimiento generalizado de desconfianza ronda la sociedad.
Los que siempre fueron más optimistas, los empresarios, ahora también sufren el contagio del nerviosismo.
No es fácil por estos días convivir en Colombia. No es sencillo resistir el drama social en un país golpeado por terrorismo, violencia e inseguridad.
Es difícil capotear la realidad de la economía nacional cuando escasamente el crecimiento estará rozando este año el 2%.
Crecen los desplazados, los migrantes, los refugiados, los desalojados de sus tierras, los desempleados y la población vulnerable.
Aumentan miseria, pobreza absoluta, deserción en colegios y universidades, solicitudes de visas en la embajada norteamericana, la salida del país rumbo a la eurozona, llegada de venezolanos y colombianos acosados en el vecino país, la concentración de la renta y descapitalización de pequeños negocios por caída en ventas y aumento en impuestos.
No hay facilidades para crear nuevas empresas, expandir, ensanchar y modernizar. El comercio pierde clientela por cuenta del IVA del 19%, el desempleo, la carencia de ingresos y las dudas que generan la economía y el futuro del país.
Es el ciclo más dramático para los hogares en la era del Presidente Santos. Su imagen es precaria y nefasta en pueblos y ciudades. Podría decirse que en muchos lugares nadie quiere saber del Jefe del Estado.
Hay una especie de ‘patria boba’ que va a la topa tolondra.
Gentes en las calles y en el campo sienten la usencia de gobernabilidad. Creen que a Colombia le falta un gerente.
Contrario a lo que se pensaba, la entrega de armas por las Farc este 27 de junio, no influye en optimismo de colombianos.
Significa entonces que la concordia nacional pasa también por otros actores políticos y sociales, más allá del acuerdo de paz con guerrilla de las Farc.
Lo que se siente afuera es que la sociedad espera hechos y realidades, menos fábulas y decorados. Que se recobren confianza y dignidad, la solidaridad, el respeto, la decencia, el buen Gobierno, empleo, minería, estabilidad jurídica, acceso fácil y oportuno al crédito, a la vivienda, a la salud y a la educación.
El país ya no se sorprende con nuevos escándalos de corrupción. Quiere que corruptos vayan a prisión y que no reciban casa por cárcel. Que el Fiscal General tenga mano dura y pulso firme contra delincuentes.
No hay buen recibo con clase política. Ciudadanos hartos de la política, les causa pereza y enojo que les aborden elecciones parlamentarias y presidenciales de 2018. No encuentran líderes de opinión.
Las verdes y maduras que experimenta el país debido a endeble economía, pérdidas en industria y comercio, trabas para acceder a nuevos empleos, más aún con recargos por horas extras, miedo de salir a las calles por acecho del terrorismo, atracos, hurtos y secuestros, complican el presente de una nación que debe reponerse a la crisis o venirse al suelo.