Es inevitable empezar esta columna con la palabra “incertidumbre”, la que se ha apoderado del alma de muchos colombianos, a pocos días de elegir Presidente de la República. Permanecemos en vilo, a la expectativa, como turba, como rebaño ansioso y anárquico, temeroso de ser arrojado al precipicio.
En esta nueva forma de hacer política en las redes los candidatos se pueden apreciar desnudos por la caricaturización de sus debilidades y fortalezas, propias de la política-espectáculo, mientras los electores se han contagiado tanto de las emociones negativas que creen ser más libres al salir a votar con “las entrañas”. Los candidatos han hecho muy visibles sus debilidades e incitan al desfogue de las emociones, mientras el pueblo exacerbado grita y descalifica al contrario, amenazando con desbordarse y ocasionar más violencia. ¿Este espectáculo grotesco es lo que llaman democracia?
En la plaza pública moderna que son las redes se volvió aturdidor el ruido simultáneo que producen tantos emisores primarios. Ya no se puede comprender bien lo que dicen, no es posible determinar con claridad qué es verdad y qué es mentira. La información que se produce se confunde con el ruido y lo más visible es la intencionalidad de quien la emite. Candidatos y electores están en vitrina. Allí se hace evidente lo que creían oculto. Vemos aterrados lo peor de los seres humanos.
Se han puesto los reflectores sobre la guerra sucia, los antivalores. Se exalta al cínico, al que insulta, al que planea destruir al otro con calumnias, se privilegia la amenaza, se juega con la honra, con las creencias, con los valores, con las instituciones, con la democracia, con todo lo que nos ata. Se persigue la fe, se revictimiza a las víctimas. Se sembró miedo, se satanizó el orden, la seguridad, se trivializó la vida, pero, paradójicamente, pase lo que pase el domingo, no nos sometimos. Estamos más envalentonados que asustados. Hoy, somos muchos los ciudadanos que nos sentimos más ciudadanos. Más dueños de nuestro destino. Menos manipulables.
Ciudadanos que no nos vamos a dejar arrinconar. No vamos a permitir que nos sigan colonizando el cerebro y acudiendo a las trampas del lenguaje. No permitiremos que nos sigan llevando a la guerra en nombre de la paz, que siembren caos y muerte en nombre de la vida. Este espectáculo grotesco también ha arrojado luz sobre nuestra propia valía y poder de transformación. Este país ha sufrido demasiado como para dejarse hundir en la desesperanza.
Cambiemos de referentes. Quitemos los pedestales a tantos ídolos de barro, empezando por quienes creyeron que esta tierra les pertenecía y la podían negociar al mejor postor, solo para beneficiarse a sí mismos.
Tanta luz sobre la oscuridad ha permitido ver el tamaño de la enfermedad. Hace más fácil el diagnóstico y nos invita a hacer parte de la curación. Trasladémonos a nuestra plaza pública interior, más solitaria y silenciosa, para recuperar la plenitud de nuestra ciudadanía como seres humanos, con cuerpo y alma, con plenos derechos y capacidad para defenderlos.
Qué Dios mire con Misericordia este país cansado de tanto sufrimiento. Qué recuperemos nuestra autoestima y no seamos más idiotas útiles de egos enfermizos.
Reconstruyamos nuestro país entre todos, pero no a costa de nuestra dignidad.