La actual protesta social en Colombia ha expuesto muchas cosas a la luz pública nacional, y sobre todo internacionalmente. Una de ellas, sin duda, la persistente y cada vez más grave crisis de protección y respeto a los derechos humanos por la fuerza pública. Y de otro lado, la masiva y pacífica protesta como nunca antes se ha sentido en el país. Llamando la atención por su resistencia y resolución para volcarse a la calle, pues de una u otra forma en ella ha convergido toda esa diversidad reconocida en la Carta Política del 1991, que tal vez por primera vez se manifiesta unida en una sola y continua marcha a lo largo y ancho del país.
En este sentido, el corresponsal de la BBC en Colombia escribió “Por primera vez en décadas los obreros, campesinos, indígenas y estudiantes se organizaron para protestar al tiempo” (11/05/21). El fenómeno en sí mismo ha llamado la atención de la región y el mundo. Y no hay que desconocer que muchas de esas miradas son conocedoras de las realidades nacionales por estar observando y acompañando años atrás el proceso del Acuerdo de Paz con las Farc.
Sin embargo, a la par en el país surgen preguntas sobre ¿qué tan espontánea es como parece o si detrás de ella hay manipulación e intereses políticos o peor aún si hay una amenaza terrorista? Esta última teoría suele enmarcarse en la narrativa recurrente de deslegitimación de la protesta. Ello no es óbice para rechazar los actos de vandalismo que infortunadamente se han presentado, y que deben ser investigados juntos con la violación de derechos humanos, los homicidios y la violencia contra las mujeres.
Pero el fenómeno de los jóvenes es la revelación. El 83% se siente representado por el paro nacional, y el 53% están dispuestos a seguir o comenzar a movilizarse (Encuesta C&C-URosario-ET/05/21). Y allí se diluyen las repetidas teorías conspirativas, pues su presencia masiva, diversa y creativa es también signo de que a la par de sus demandas están reclamando vocería, no se sienten representados. La misma encuesta muestra que el 91% no confía en los partidos políticos ni en la Presidencia de la República, y el 93% no confía en el Congreso. Esto no es solo problema de ellos sino de la mayoría de los ciudadanos, como me he referido antes en esta columna (03/05/21).
Tal vez estamos viendo cómo el país real toma mayor protagonismo que el país formal. Y esta es una de sus mayores dificultades: el país ha cambiado y los tradicionales liderazgos y formas de representación política no lo vieron o no quisieron asumirlo. Hoy los cambios son la esperanza de millones.
La negociación del Gobierno y el Comité de Paro debe interpretar esta realidad e incluir nuevos actores y temas en la agenda. Pero, con soluciones efectivas y sostenidas más allá de 2021. Y en este sentido, entender que no se negocia solamente un pliego de paro sino un programa de reformas. No hay retorno “a la normalidad”, hay un camino a defender la vida, recuperar la confianza, la alegría y a construir juntos un real futuro en paz.
@Fer_GuzmanR