IMBORRABLE HUELLA
Hernán Peláez
Epígrafe
“El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”.
Gabriel García Márquez
Cuelga el micrófono, uno de los grandes de la radio: Hernán Peláez Restrepo, quien nos deja una imborrable huella en la historia reciente de nuestro país, que será ejemplo para las nuevas generaciones de periodistas. El mejor comentarista deportivo de Colombia, conducirá La Luciérnaga hasta mañana martes.
Nadie es irremplazable, pero bien difícil le va a tocar a su sucesor y va a necesitar mucho tiempo, para tener la misma audiencia y las mismas capacidades, genialidades y chispa de Peláez.
Fue de los escasísimos no gritones, ni estridentes, de la radio deportiva del país y sin ufanarse con voz profunda el gran maestro, siempre resaltaba o demolía con su comentario serio y profundo y respeto la opinión adversa y la libertad de pensamiento.
Fueron 21 años al frente de La Luciérnaga de la cadena Caracol, considerado el programa satírico de más audiencia en la radio en el cual la realidad, el humor y la fantasía se mezclaban para producir comentarios agudos y suspicaces, para llevarle al oyente la noticia en una forma crítica y burlesca.
Caleño de nacimiento pero con corazón gogotano, Hernán Peláez se trasladó a Bogotá en el año de 1956, y empezó a escribir de fútbol en el 63, y se apasionó tanto por este deporte que su señora decía: “Mire, él puede tener una cita con el Papa, pero sí lo está esperando un futbolista o sus amigos, para hablar del tema, se va para allá”.
Admirado u odiado, implacable con la corrupción, critico sin par de la clase política, defensor de su tierra vallecaucana, de la cual no perdió ni siquiera su acento, ni olvidó los aborrajados, ni a sus amigos de barrio. Tuvo el talante, la frialdad y la templanza para enfrentar su cáncer de médula, noticia que recibió directamente de parte de su médico y con carácter decidió salir adelante, no desmayar en su lucha contra la enfermedad haciendo sesiones de quimioterapia los viernes para poder laborar.
Después de seis meses regresó a trabajar y les dijo a sus compañeros: “Quihubo, güevones, ¿pensaron que me iba a morir o qué?”.
La enfermedad lo convirtió en devoto de San Charbel, un santo maronita libanés” y cree que la actitud es la que te salva.
El retiro de La Luciérnaga le permitirá disfrutar aún más de sus cinco nietos y de sus amigos de la radio.