Desde este avión en el que regreso a mi océano de mermelada luego de trabajar feliz para materializar la inclusión financiera de los campesinos y de los ciudadanos reincorporados a la sociedad, miro un trozo de los llanos orientales en donde ocurrió buena parte de la guerra que dicen ha quedado atrás desde trasanteayer y me vienen en automático unos versos de mi amado Mahmud Darwish, ese gran poeta palestino que padeció en carne propia la guerra entre su nación e Israel.
“Me dijo adiós porque buscaba lirios blancos/ un pájaro que reciba el alba en la rama de un olivo; porque no comprendía las cosas/ más que como las vivía/ las sentía/. Pensaba, me dijo, que la patria es que yo beba el café de mi madre/ y que regrese sano y salvo por las noches”.
Voy sobre el ala y me doy cuenta de que la palabra guerrillero estuvo en mi léxico infantil mucho antes de que yo la comprendiera. Crucé la adolescencia temiendo que el miedo de mi papá se hiciera cierto y terminara yo secuestrada por “la chusma”. Cuando empecé a estudiar Filosofía y Letras me aprendí de memoria la mitad de la Crítica de la Razón Pura por si las Farc me agarraban en una “pesca milagrosa” en la carretera al mar, convencida de que si les recitaba Kant aburriría a los guerrilleros y estaría a salvo.
“Me habló del momento del adiós y de cómo su madre lloraba en silencio cuando se lo llevaron a un lugar en el frente… La voz atormentada de la madre/ ahondaba bajo su piel un deseo nuevo: que crezcan las palomas en el Ministerio de Defensa / ¡que crezcan las palomas!”.
Yo soy de la otra mitad, soy de los del no, soy escéptica, descreída, desconfiada y tan conservadora en todo que no me interesa que nada cambie; doy círculos en tres cuadras a la redonda y tejo a diario los mismos tránsitos, los que desando cada anochecer, para preservar mi cómodo statu quo, para que mañana todo vuelva a ser igual.
Pero siempre supe que la vida corre hacia adelante, y que la patria de uno no es necesariamente la de sus muertos sino la de sus hijos. Y si fuera verdad que desde trasanteayer Colombia es otra, mis dos hijas – Mariana y Gabriela- verán un país diferente.
Tengo mis reparos y me asaltan las dudas. Pero entonces, recuerdo a un joven colega con quien compartí durante cinco años en el Ministerio de Salud y Protección Social, cuyo tío más amado fue uno de los diputados asesinados en el Valle del Cauca: “Adri, yo soy de la generación de la Paz”.
Hoy lo sé, querido Fabián Colonia García, y mientras releo titulares me digo: “Quiero un hijo risueño que sonría al día, no una pieza suelta de una máquina de guerra. He venido para contemplar auroras, no puestas de sol”.
Te mando lirios blancos. Volverás. Los jóvenes como tú construirán nuestra patria.