La permanencia estadounidense
La extrema izquierda gusta de llamar derogatoriamente a los Estados Unidos como el Imperio, el país que quiere imponer su voluntad al resto del mundo y convertir a las demás naciones en colonias. Pero, ¿pueden en realidad los Estados Unidos hacer prevalecer su voluntad? No, no puede. Si quisiera, por ejemplo, no existieran ni los Castros, ni Chávez, ni en Irán los ayatolás y Corea del Norte no tendría el arma atómica. El conflicto palestino-israelí se hubiera solucionado. Los objetivos que se habían asignado en Irak y Afganistán se habrían logrado. Rusia no sería cada día menos democrática. Recordemos a Vietnam y la guerra de Corea. Si los Estados Unidos fueran un imperio, sería uno en el cual el Estado dominante sería frustrado frecuentemente por sus súbditos en sus intenciones. Se hubieran quedado con el dominio de Europa y Japón después de la II Guerra Mundial, cuando lo que hicieron fue reconstruirlos y darle libertad de escogencia, mientras que la Unión Soviética, verdadero imperio, subyugó a Europa Oriental, donde cualquier disensión era aplastada brutalmente por sus tanques, como sucedió en Alemania Oriental (1953), Hungría (1956) o Checoslovaquia (1968). Ahora bien, los Estados Unidos sí son el país más poderoso del planeta. Tienen la economía más grande (PNB), un altísimo ingreso per capita y, de lejos, el mayor poderío militar, pero no pocos predicen que esta preeminencia está próxima a terminar. Que a lo que aspiraba la Unión Soviética, es decir, a desplazar al país americano, lo alcanzará China en menos de 20 años, tanto en lo económico, como en lo militar. Que los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) cada día ganan, en detrimento de Washington, una mayor porción de la torta mundial. ¿Es esto cierto? No parece cuando se analiza el tema con más detalle. La proporción de la economía estadounidense respecto a la mundial permanece igual hoy a lo que era en los setenta, 25% y la del Brasil en el mismo 2% y en poderío militar la China aún no se acerca siquiera al que tuvo Moscú. En 1980 se predecía que la economía japonesa sustituiría a la estadounidense y Kruschev estaba enterrando a los Estados Unidos.
Para quienes creemos en la democracia como la menos mala forma de gobierno (parodiando a Churchill) la preponderancia de los Estados Unidos es lo más conveniente. Basta imaginarnos cuál sería nuestra suerte si la Unión Soviética hubiera ocupado la posición de los Estados Unidos. La democracia, como lo explica óptimamente Robert Kagan (The World America Made) no es un fenómeno irreversible y depende en gran medida del apoyo de fuertes defensores. Muchas democracias de principios del siglo XX, Italia, Alemania, España, cayeron ante los embates del fascismo. En 1941 había solo una docena de democracias, hoy hay más de cien. Necesitamos de la democracia americana para la permanencia de la nuestra.