El voto obligatorio
Nuevamente se ha propuesto imponer en Colombia el voto obligatorio ante la proporción relativamente alta de abstenciones. En las grandes democracias el número de sufragantes es inferior al 50%. Claro que en algunos países sin voto obligatorio “votan” más del 90% de los electores como en Cuba y 80% en Venezuela (!). En América Latina, donde tenemos la propensión a imponer coactivamente las ideas, el sufragio es obligatorio en la mayoría de los países, en Europa es lo contrario. Globalmente menos democracias tienen sufragio obligatorio que voluntario.
Entre los argumentos en favor del sufragio obligatorio están que el voto es obligación cívica para asegurar la participación ciudadana y como tal su incumplimiento debe ser castigado. Además que siendo los órganos del Estado reflejo de la mayoría, hay que asegurarse de que ésta exprese su voluntad para que la legitimidad del gobierno sea mayor y que una vez asegurados los partidos de que los electores irán a las urnas puedan concentrarse en los programas y no en que los ciudadanos voten. Añaden que la mayoría de los no votantes se encuentran en las clases menos favorecidas y con mayor desinterés en los temas nacionales, obligándolos a votar se interesarían más en los asuntos del Estado y en la misma democracia. Por el contrario, quienes prefieren la libertad del sufragante aducen, fundamentalmente, que el voto obligatorio va contra la libertad e imponerlo es reconocer el fracaso de la democracia. Con votantes forzados no hay verdadera democracia. Además de que el no votar es en sí una forma de expresión y los partidos deben hacer esfuerzos para motivar a los ciudadanos a que acudan a las urnas por unas políticas determinadas ya que si éstos sufragan bajo la amenaza de sanciones votarán por cualquiera o por motivos menos santos, como ya sucede, desgraciadamente, en muchas partes de nuestro país. Estudios demuestran que los electores “obligados” son menos informados y menos interesados en lo que está en juego, al mismo tiempo más propensos a votar al azar. Generalmente defienden la obligatoriedad del voto quienes creen tener un electorado afín entre los jóvenes y los menos favorecidos económicamente, los segmentos más reacios a molestarse votando, pues piensan que si los obligan, votarán por ellos.
Otro argumento de orden práctico. La infraestructura para acomodar el 90% de los votantes potenciales implicaría un enorme gasto, tanto para ampliar los lugares de votación como para establecer una organización para sancionar a los abstencionistas y considerar la validez de las razones para no votar. ¿Enfermos? ¿Viajando? Un verdadero caos burocrático. Nuestro país ha desarrollado un fuerte instinto “libertario”, especialmente durante los últimos años y como ejemplo la reacción contra las interceptaciones de comunicaciones, telefónicas y de Internet. El ciudadano debe ser libre y debemos proteger su libertad.