Los taxis y la competencia
Aunque en el momento de escribir esta nota (miércoles en la tarde) no se conoce el decreto reglamentando, el llamado servicio de taxis especiales o transporte de lujo, al menos sus lineamientos principales fueron puestos en conocimiento del gremio que los encontró aceptables, al punto tal que se suspendió el paro anunciado para el próximo miércoles 30 de julio. El Gobierno es conocido por tener miedo, no, pánico a los paros y hace toda clase de concesiones para prevenirlos y más aún para terminarlos. Debemos esperar que esta vez las exigencias no sean tales que signifiquen una estocada mortal al servicio que trajo a Colombia la empresa californiana Uber. La rápida aquiescencia gremial a las medidas oficiales no presagia nada bueno. Ojalá nos equivoquemos.
La rápida y masiva acogida a este servicio de trasporte en Bogotá, Cali y Medellín, donde se inició, no necesita mayores explicaciones. Más que la comodidad de unos vehículos modernos y con adecuada capacidad, en contraste con unos vejestorios de carros u otros donde a duras penas caben dos pasajeros, está la seguridad, la confianza de no estar sujeto a un atraco, al ruin “paseo millonario” y, en menor escala, a los abusos de los conductores, tales como solo llevar al pasajero solo a donde ellos acepten, a conducir como locos poniendo en riesgo la integridad de los usuarios, al cobro desproporcionado de tarifas (especialmente en horas de la noche), a taxímetros adulterados, etc. La acogida ciudadana a la innovación, en voz de Hugo Ospina, representante del gremio, “Fue un campanazo de alerta que nos mandó Uber, pues estábamos prestando mal servicio. Tenemos que recuperar la imagen de nuestros taxistas. Porque o cambian o llega alguien y nos cambia”. Por su lado, las autoridades de las diferentes ciudades tienen mucho por hacer. En algunas no se obliga al uso del taxímetro y los trasportadores cobran según la cara del usuario; las reglas sobre estado de los vehículos (que las hay) no se hacen efectivas, no se controla debidamente los permisos de los conductores y una investigación periodística en Bogotá constató que por cincuenta mil pesos se podía conseguir, en dos horas, un tarjetón falso de taxista y, sorprendentemente, no existe una base de datos de los taxistas acreditados. Efectivamente, llegó alguien que los está cambiando, Uber, si la reglamentación que se anuncia es adecuada y, respetuosa de los derechos de los taxistas tradicionales, cuya gran mayoría está conformada por honestos trabajadores, se abre la oportunidad para que funcionen servicios de transporte que faciliten la movilidad de los ciudadanos y Uber habrá prestado un gran beneficio a la ciudadanía y también al gremio de taxistas que tendrán que ponerse a la altura de sus competidores. Como se ve, la economía de mercado beneficia al consumidor.